26 de abril de 2016

Desde el cubil
























Puede que esta entrada no verse más que de quizás, de anécdotas cotidianas de una vida en parte ficticia, en parte realidad, de reflexiones y de retazos de autenticidad. Quién sabe qué parte será ficción y cuál no. Eso es, sí, pensamientos entremezclados con vivencias en un extraño batiburrillo. Pero, ¿qué es la vida sino eso mismo?

Puede que haya más de una nimiedad, más de una parida sin apenas significado; pero de vez en cuando habrá escondido un martillazo de razón que tratará de penetrar en la mente del lector. Aunque claro, no voy a soltar aquí extensísimas y profundas reflexiones de páginas y páginas, no. Eso, como un querido profesor de universidad me aconsejó al asomarse a este blog, y sabiendo que mi intención es seguir escribiendo novelas y algún día publicarlas: “Bien por ese blog, pero no destiles todo por él. Guárdate reflexiones para los libros”. Palabra de Dios, así que eso haré. Porque sí, existe al menos una novela (titulada Cruje el Cielo, de ahí el nombre de este sitio) repleta de reflexiones –y más cosillas– que parí hace unos meses y que ansía ser publicada –dicho sea de paso, si algún lector con contactos o algún editor echara un ojo a estas líneas, con mucho gusto le atendería en una prolongada conversación sobre el tema (guiño)–, así que lo más interesante me lo guardaré para proyectos más serios y de mayor envergadura. 

Pues eso, al lio. ¿Qué pasa con el postureo? Sí, sé que hace mucho tiempo que dicho término está de moda, pero últimamente parece estar consumiendo a más de uno a ritmo vertiginoso. Intoxica, consume y releva la auténtica meta de aquellos que son presas de su facilona maldad. Esto es, llevado al extremo, aquel que acaba aparentando en lugar de hacer. Ejemplos: un tío o tía que escribe, o dice hacerlo, y cuyo Instagram está petado de fotos en las que supuestamente se le ve escribiendo. Habrá más de uno que lo haga y que también le dé al teclado, bien por él, pero también habrá demasiados que perderán el tiempo con ese dichoso postureo en lugar de escribir realmente. Yo mismo tengo alguna foto así en mi cuenta de Instagram, la cual hace dos meses que no actualizo, y aquí estáis, leyéndome. El punto sería: menos fotitos y más escribir, cojones. Es muy sencillo salir una noche por el Cedro (Valencia) y ver a alguien sentado en alguna terraza o en el interior de un pub, con una jarra, un cubata o lo que sea delante, y sacándole diez mil fotos hasta que la composición y el mágico filtro dan un resultado óptimo. Es esta persona la primera que pondrá en la descripción algo como “Esta noche fiesta loca” o “Fiesta hasta el amanecer” o “Dándolo todo” o “Vamos a acabar borrachísimos y en casa ajena y llegaremos a casa pasado el mediodía sintiendo que hemos acumulado tantas epicidades que casi nos ha explotado la cabeza”. Sí, pero lo normal es que sean estas personas las que, tras sacar infinidad de fotos y haberlas subido, y tras haber tardado una hora en meterse una copa aguada y asquerosa, a las dos de la madrugada estarán en camita creyéndose los reyes de la noche. Menos fotos y más salir y disfrutar.

Que sí, todo está bien en la medida justa, y el que es auténtico no está de más que lo retrate en las redes sociales y lo comparta con sus amigos y seguidores, eso está muy bien, pero nunca hay que intentar aparentar por encima de todo, o peor todavía, tratar de aparentar lo que no se es. Cada uno que viva su vida como guste y solo de ese modo conseguirá ganarse amigos y seguidores fieles igual de auténticos que él; de lo contrario se venderá y solo la falsedad ocupará una cotidianidad que acabará por destruirse, al no estar a la altura de lo que él mismo se habrá propuesto alcanzar sin motivación real alguna. 

No me extenderé más de momento; si veo que esta entrada gusta un mínimo tal vez algún día la edite y le meta en el título un #1 y siga adelante con unas cuantas partes más. Porque nunca está de más que uno salga y viva lo que tenga que vivir, y después, cuando llegue la noche, cuando se sienta arropado por las estrellas y a salvo en su guarida, se dedique a reflexionar sobre lo acontecido y lo vuelque sobre el papel a través de la pluma, el portátil, la máquina de escribir o lo que sea. Todo directamente salido desde el cubil. 

24 de abril de 2016

Una chica en una avenida vacía























Nos cruzamos por primera vez una noche cualquiera, presos de las maravillas del azaroso destino. Unas cuantas cervezas, el frío de una noche inmensa y una avenida vacía tuvieron la culpa de que aquella velada fuera distinta a todas las demás. 

Recuerdo su olor, el especial brillo de sus ojos ante una excitante conversación que parecía no tener fin, prolongándose durante las horas en que las estrellas poblaron el cielo. Nos recuerdo buscando un lugar abierto que nos acogiera y nos permitiera comprar cigarrillos, hasta localizar una gasolinera abierta 24h; y el breve paseo hasta ella, las ganas de nicotina y de lo que comportaría. Un viaje rápido, en parte realidad, en parte metáfora. Ni un solo coche acercándose, la ciudad vacía, callada, conteniéndose al igual que nosotros. 

Nos recuerdo deteniéndonos en plena calle, sin riesgo a morir atropellados pero arriesgando mucho más al acercarnos uno al otro, furtivos, robándonos mutuamente un primer beso que por las circunstancias que lo envolvieron, fue único y muy difícil de olvidar. Su sabor, su tacto, las caricias de nuestros labios entrelazándose; en mi chaqueta una cajetilla de pitillos que había perdido por completo su razón de ser y había quedado totalmente olvidada. 

Un beso, un mordisco que dejó una cicatriz cuyo resplandor desaparecería al día siguiente pero cuya huella permanecería. Porque era suya, era ella; eran esos besos los que me apartaban del abismo cuando mi cabeza asomaba demasiado, eran esos labios mi Prozac contra todo mal. 

Recuerdo cómo quemamos el frío entre abrazos, sacudidas, frenesíes y jadeos. Recuerdo el tacto de su piel desnuda bajo las sabanas, cómo se me acercaba en sueños para obtener el calor de mi cuerpo, que bullía. Recuerdo cómo entraba la luz a través de la ventana entreabierta, revelando que sucedió realmente

Somos pasajeros, así estamos concebidos, pero eso no implica que no nos quitemos las penas con conversaciones, esas que son largas y tendidas, con cervezas, cigarrillos y miradas cómplices de por medio; esas que versan sobre cualquier tema y que por sí mismas se profundizan; esas que nos enganchan de un modo invisible. Ese coqueteo que realizan nuestras mentes antes de que el ansia sea insoportable. 

Todo son recuerdos, lejanos, recientes; qué más da, lo importante es que en ocasiones los recuerdos son también realidades y que no bastan un par de noches en vela para olvidarlas, que no sirve el agua para limpiar las marcas que dejan en la piel. Y lo más importante: que pueden darse cuando sea, que podemos encontrarnos en cualquier momento, ya sea de noche o de día; porque cualquier día puedo ver de nuevo ese abrigo marrón claro y pensar que, tal vez, esa noche no sea tan oscura como las anteriores. 

17 de abril de 2016

Reseña de Carrete Velado, de Irene G Punto


Hoy en día no es difícil encontrar, en la sección de poesía de cualquier librería, un buen número de libros con llamativas y variopintas ediciones, y es que hay una especie de auge en esta nueva forma de escribir. No son pocos los que se lanzan a crear este tipo de poesía moderna que, según parece, está conquistando a muchos lectores. Irene G Punto, actualmente profesora de Escritura Creativa en la licenciatura de Periodismo en la Universidad Nebrija, es una de ellas. 

Su última publicación, Carrete Velado, ofrece ya algo novedoso al lector antes de que éste se sumerja en sus páginas. La obra, que consta de dos partes, es en su primera mitad una combinación de poesía y fotografía, que es el subtítulo del libro en la portada. Para su elaboración la autora contactó con distintos fotógrafos y fotógrafas, cuyas páginas web y portfolios vienen al final del libro, para obtener así el material gráfico que acompañaría a sus versos. Fotografías de toda índole, así como los poemas, que en conjunto versan sobre el que es el tema central: el amor. En su segunda mitad la autora hace un llamamiento a los lectores para proponerles una participación, un feedback a sus letras, y es que las imágenes ya no tienen cabida, solo los poemas, por lo que el lector puede hacer una fotografía expresando qué le ha hecho sentir el poema y publicarlo en las redes sociales o mandarlo vía e–mail a la autora. Una idea novedosa y moderna que sin duda atraerá a más de uno. 

La gran variedad con que Irene G Punto dota al libro es uno de sus aciertos, así como la gracia natural que posee para hacer más de una rima, porque hay escritores mediocres que tratan de elaborar rimas para crear algo parecido a la poesía que día tras día va quedando atrás y el resultado es ridículo, desastroso; pero este no es el caso de Irene, pues ella emplea grácilmente la rima para mejorar la calidad de sus versos y aumentar la fuerza de aquello que transmite. La prosa poética también está presente, y quizá sean los poemas de este tipo, y los más extensos, los que más destacaría. Sin embargo otros, situados en ambas partes del libro, no son más que simples frases. 

Personalmente destacaría, entre algunos otros, Querida vida, mira y La Lavadora, cuya réplica es el poema El móvil de David Martínez –Rayden–.

En cuanto a la edición, un diseño llamativo, la horizontalidad que vemos en ocasiones en libros sobre fotografía, y la propuesta en sí misma, resultarán algo llamativo y de estilo pop, como el propio contenido, aunque dichos elementos elevan considerablemente el precio; teniendo en cuenta la corta extensión y los minutos que dura la totalidad de la lectura, es abusivo.  

Sin duda gustará a aquellos que suelan coquetear con este estilo de poesía en auge y con esta clase de autores, y dejará un sabor agridulce a los que aboguen por una literatura más clásica –auténtica literatura–, hablando tanto de novela como de poemarios. 





6 de abril de 2016

Una primavera que llega con fuerza


Un año más, la primavera parece haber comenzado con fuerza. Para comprobarlo uno no tiene más que salir a la calle y respirar el ambiente que reina en Valencia, y para cerciorarse aún más, debería charlar con sus allegados, indagar un poco en sus mentes y corazones para comprobar que estamos todos un tanto revueltos. Puede que sea normal, ya que tras atravesar un invierno no muy frío, como los pasados, pero tampoco no muy amigables en ciertos aspectos, las ansias de la llegada del verano, que comienzan en esta temporada, nos invaden furiosamente y hace que en ocasiones casi convulsionemos. 

Respiramos una primavera que impregna cada célula de nuestro ser al entrar en nuestro cuerpo, y nos vuelve ansiosos, caóticos, bipolares y, sobre todo, hace que hierva nuestra sangre. Vemos así que no solo nos golpean las alergias, sino algo más profundo que logra sacar a relucir nuestros instintos más primitivos. Nos sentimos más irascibles, constantemente con los nervios a flor de piel, y así se logra que los ambientes se carguen rápidamente y que nos golpeemos todos los unos a los otros –no físicamente claro– hasta no saber qué demonios estamos haciendo o diciendo. 

Cambios de opinión tan rápidos que asustan, broncas y cabreos surgidos de la nada, propuestas indecentes y noches relajadas de tapeo y cervecita que acaban complicándose demasiado, hasta el punto de que quizá uno acabe haciendo cosas que jamás haría, o despertándose en una cama ajena a la mañana siguiente, o liberándose de un modo tan gratificante que casi se siente tan liviano como para verse capaz de alzar el vuelo. 

Qué nos pasa, a las generaciones actuales, que creemos que obramos correctamente cuando estamos más cerca que nunca del agujero negro que acabará absorbiéndonos a todos. Es curioso, porque uno se siente único, y más cuando habla con la supuesta alma gemela que tiene a su lado, y ambos comparan sus historias, sus pasados, sus respectivas visiones del mundo, y coinciden en que los dos son dos cuerdos viviendo en un mundo de locos. Pero, digo yo, ¿no serán en realidad dos locos viviendo en un mundo de cuerdos? ¿Quién puede afirmar lo contrario, quién puede decir qué es locura y qué es cordura en este enrevesado y complicado mundo en que vivimos? Quizá el que se atreva a afirmar o a dar una respuesta por válida, una entre miles, sea el más valiente o loco de todos. 

Sí, no cabe duda de que la esperada primavera ha llegado con fuerza arrolladora. Tal vez sea por el panorama que tenemos de fondo, con un caos político que lleva de culo a más de uno, con un continente que parece más retrógrado por momentos, con atentados terroristas y guerras medievales que nos debilitan a todos, como a humanidad, lenta pero contundentemente; quizá sea por eso, o por las mil razones que pueda tener cada uno, pero lo que está claro es que en muchas ocasiones a uno se le va la pinza y se marca unas salidas dignas de ser recordadas. 

Y esto que solo es el principio, el prólogo podríamos decir, de unos meses que vendrán sin duda cargaditos de emoción, de caos y de más de un cambio drástico. Que se preparen todos, pues algo se huele en el ambiente, algo que se va cargando por momentos, y que tarde o temprano acabará explotando y salpicando a más de uno. Sí, preparémonos, porque la antesala del verano tiene pinta de traer consigo unas cuantas sorpresas; el misterio radica en si serán buenas, agradables, o no. Esperemos que lo sean, apliquémonos el chip de la positividad, porque de lo contrario estaremos perdidos y contribuiremos a cargar todavía más las cosas.