16 de junio de 2016

Desde el cubil #4: el "peligro" de la comodidad laboral

Puede que el título que encabeza este texto sorprenda a más de uno, y también que la palabra “comodidad”, como aquí, no vaya entrecomillada, pero tampoco pretendía abusar. El motivo es que ni se trata de un peligro ni de una comodidad, no en el estricto sentido de la palabra al menos, pero encierra más significado del que pueda parecer. 

No sería descabellado asegurar que con los tiempos que corren el trabajo sea una de las cosas más importantes en la vida y más difíciles de conseguir para algunos. Es lo que nos ha tocado vivir. La situación laboral no deja de estar jodida, y muchos al encontrar empleo lo comparan con un milagro; quizá no sea para menos. Pero sabiendo todo esto no dejo de sorprenderme al escuchar algunos comentarios, y lo que más despierta mi curiosidad es que no se trata de quejas. Puede que como en otras ocasiones, la duda que planteo en el texto radique en la frase: trabajar para vivir o vivir para trabajar. 

Muchos de esos comentarios vienen de mis compañeros de trabajo. Este, básicamente, se resume en estar toda la noche –las ocho horas correspondientes– cargando cajas que no pesan precisamente poco, y por regla, seis días a la semana. ¿Lo bueno? Se cobra más de la media –al incluir en la nomina la paliza física y la nocturnidad, claro–, pero el sueldo es algo que me parece normal, por lo que no daré las gracias, pues aseguro a cada uno que lea estas líneas que por mínimamente jugoso que pueda parecer, uno se gana hasta el último céntimo, y aun así no sé hasta qué punto está pagado –como tantísimos otros trabajos, por desgracia–, pero los comentarios no giran en torno a esto. Suelen dar gracias por él, pero bueno. Lo que me suscita interés es escuchar a los novatos de veintipocos años recién entrados al curro diciendo que ojalá después del contrato de tres meses consigan que los hagan fijos, pues así tienen ya trabajo para toda la vida. Tampoco es muy descabellado, no es un mal trabajo, pero al verlos y darse uno cuenta de que tienen pinta de haber salido de una de las universidades o institutos más pijos de la ciudad, pues hombre, uno se sorprende.  

Algunos otros tienen claro que solo se trata de un trabajo temporal para ahorrar y seguir intentando alcanzar aquello que realmente ansían, como es mi caso, pero lo cierto es que somos la minoría. La inmensa mayoría querrían jubilarse ya allí, por lo que parece. Muy respetable, por supuesto, pero esto me ha llevado a escoger el título del que hablaba al principio. Dada la complicada situación actual en nuestro país creo que son esa “suerte” y esa “comodidad” el mayor “peligro” para que uno no vea sus sueños alcanzados, para que se rinda, para que deje de luchar. No son pocas las personalidades famosas que dijeron que, antes de hacer otra cosa distinta a lo que realmente querían hacer, preferían morir de hambre. Bien es cierto también que solo conocemos la historia de los que lo han logrado, y quizá muchos se rindieran o por orgullo acabaran muriendo de hambre –hay gente muy tozuda, o valiente, o loca, ya no sé cómo calificarlos–. Pero a donde quiero ir es que por pesado que sea un trabajo, cuando uno lo tiene bien agarrado ya no lo quiere soltar –y tampoco me extraña demasiado–, pero esa condición se erige como el mayor aniquilador de los sueños, el que impide que uno siga arriesgando yendo en pos de la meta que siempre ha querido alcanzar. Algo jodido, sí, aunque no lo parezca. 

Como ya he dicho todo es respetable, y más el tema que trato en este texto, pero quien quiera que me llame loco, pues por poco riesgo que implique el continuar, mi idea no es perderme la mayoría de las noches por asegurarme una comodidad laboral y con ella renunciar a la mayoría de mis planes de futuro. Quién sabe que durará esta etapa, unos meses, un año, pero no más. Después, con un buen colchón y la libertad que comporta, lo seguiré intentando, volveré a caminar dejando atrás este alto en el camino. Unos me llamarán insensato, otros quizá hasta vago, pero después de invertir tiempo y dinero –que no era mío, y duele aún más– estudiando una carrera durante cuatro años y habiendo dedicado mucho esfuerzo a ciertos proyectos personales en los que me volqué en cuerpo y alma, no estoy dispuesto a renunciar a ellos por tener una seguridad económica que me dejará la espalda partida a largo plazo y me mantendrá encerrado realizando una tarea cíclica y repetitiva hasta la saciedad durante cuarenta años, que se dice pronto. Los principios son lo más duro, está claro, y rara vez se empieza haciendo lo que se quiere, pero quedarse para siempre en esa etapa es otra cosa a voluntad de cada uno. 

Tal vez acabe muriendo de hambre, pero cuando esté agonizando no podré decir que no lo habré intentado, porque la vida se basa en eso, en intentar, intentar y volver a intentar, que uno consigue más por pesado y persistente que por azar del destino y golpe de suerte. 

8 de junio de 2016

Por esas noches eternas

Volví a respirar la noche, a escuchar un silencio solo remotamente entorpecido. Volví a perderme en sus fluctuaciones, a contemplar un atardecer sin cerrar los ojos, hasta el final, y a esperar a que las luces del alba volvieran a bañar la ciudad. A cualquier ser medianamente nocturno le será imposible negar la magia que reside bajo un cielo oscuro repleto de estrellas, solo visibles cuando la contaminación lo permite, o cuando uno está lo suficientemente lejos para admirarlas. No podrán negar que algunas de las mejores cosas han sucedido ante su tímida mirada, bajo su luz marchita, durante ese lapso de tiempo que reinicia los días y los cuerpos, dándonos vida y energía de nuevo. 

Nada mejor que esa calma para que uno se dé cuenta de todo lo que tiene, pues los cielos estrellados en ocasiones parecen poder reflejar los soles que contienen nuestros corazones, así como la estela que dejaron las cosas que ya se fueron y los que ya partieron para no regresar. Los sueños y la escritura entrelazan sus dedos para darles forma sobre el papel, para que jamás sean olvidados del todo. Música, ruido, sonrisas y carcajadas, compañía o soledad, buscada o forzada; cada cual lo hace a su manera, o como se le permite hacerlo.

Uno se pregunta en esas largas y apacibles noches a dónde irán las palabras que se lleva el viento, si encontraran el lugar correcto, si hallaran al fin cobijo. Dónde acabarán los mensajes que no obtienen respuesta y las letras de las cartas que arden en el fuego. Muchas preguntas sin contestación son lanzadas sin saber tampoco cuál será su paradero, al no poder verse esclarecidas. Qué ocurrirá, por qué pasó esto o aquello, qué podría haber sucedido o dónde estará a estas horas; son algunas de las más frecuentes, y normalmente el tiempo se encarga de responderlas durante, quizá, otra noche en vela, estemos donde estemos. 

Café, cigarrillos, cerveza o copas, cada uno enjuaga su alma y sus tripas con unos medios, pero al final todos nos hacemos las mismas preguntas, desconocemos lo mismo y ansiamos cosas parecidas. No somos tan distintos al fin y al cabo, pero por suerte siempre sucede algo que nos saca una sonrisa y un brillo en la mirada. Uno no siempre gana por el mero hecho de haber peleado hasta el final y fieramente, pero de un modo u otro acabamos obteniendo algo; quizá nos haya desviado, tal vez nos haya sorprendido, y tanto mejor, pero solemos acabar en el lugar en que debemos estar y con la compañía que nos corresponde. Puede que el azar y la vida misma sepan mejor que nosotros qué debemos hacer y por dónde debemos tirar cuando llegamos a un cruce. 

Y con un poquito de esa suerte todo sufrimiento se verá compensado, y si no con lo que esperábamos, con algo todavía mejor que nos descolocará y nos hará creer de nuevo. Al menos así lo esperamos, no hay otro modo de seguir adelante cuando no hay nada a lo que aferrarse para no ceder ante la tormenta. Y seguiremos brindando por esas noches eternas de las que podremos disfrutar de vez en cuando, de las que nunca nos cansaremos; esas noches en que el calmado oleaje del mar se escucha más furioso que nunca al no hallar barreras, en las que la luna abrasa el cielo y en las que los besos saben mejor que nunca. Esas que, cada vez, nos hacen vivir y sonreír de nuevo. 

6 de junio de 2016

Qué sinsentidos


Qué sinsentido, todo esto. Qué cúmulo de fuerzas, de intenciones, de logros y fracasos. Cuánta energía reunida, cuántas palabras han surcado el viento, llegando a muchos oídos y calando hondo. Cuántos pequeños momentos de alegría y felicidad surgidos de la nada, cuántas carcajadas acumuladas hasta hacernos estremecer y doblarnos por la mitad, temiendo partirnos o ahogarnos al quedarnos sin aliento. ¿Qué les pasa a esos momentos? ¿Por qué de pronto desaparecen todos los males, todos los malos pensamientos, los miedos e inseguridades y únicamente nos concentramos en lo más simple, que es a la vez lo más importante? Creo que si pudiera ser siempre así olvidaríamos todo lo negativo, perderíamos el miedo a la muerte y a la ausencia y renunciaríamos a la búsqueda de cualquier paraíso, porque ya viviríamos en él. No habría guerras ni luchas, no habría desigualdades, ni violencia ni odio. El mundo quedaría semi vacío, pero solo permanecería lo mejor. 

Qué sinsentido esto de la felicidad que va anclada a la simplicidad, de ser conscientes de que quizá nunca logremos trascender, de que somos una pequeñísima parte del todo, y aun así pensar “¡Joder, qué más da, no podría ser mejor!”. Así somos las personas, tan inconscientes, tan libres y alocadas, tan certeras en ocasiones. 

Creo que lo mejor viene cuando logramos desconectar, cuando conseguimos dejar de pensar y dejarnos llevar, dejarnos fluir, sintiendo menos con la mente y más con el corazón. Y no nos engañemos, esa frase no pillará a nadie por sorpresa, pues es muy sencillo escribirla, más aún formularla en voz alta, pero más complicado aplicarla a la vida real, pues rara vez se consigue dejar todo atrás para solo sentir sin pensar demasiado. Puede que solo sea uno de tantos imposibles que perseguimos las personas, pero esperemos que ahora que brilla el sol de nuevo, que las lluvias quedan atrás y el calor vuelve a inundar las calles, esa misma fuerza posea nuestros cuerpos y libere nuestras mentes. Que esta vuele libre y bien alto cuando el cuerpo es castigado; que esta siga soñando cuando pasemos horas encerrados por algún motivo, para sacarnos a nosotros mismos hacia adelante, labrándonos un futuro, cada uno a su manera. 

Nunca nos cerremos las puertas ni nos pongamos barreras, porque solo así, cuando llegue el momento, podremos despegar de verdad. Cuando seamos libres por fin, cuando las metas se vean ya cercanas, a nuestro alcance, esa felicidad volverá a darse en todo su esplendor y simplicidad, y las heridas sanarán y las cicatrices pasarán a un segundo plano. Volveremos a reír, volveremos a vivir momentos tan pequeños que se tornarán extraordinarios por su propia carencia de un sentido para ser.