20 de julio de 2016

Tiempos extraños


Ya casi ha pasado un año, así, como si nada; como un flechazo, en un parpadeo, un solo instante fugaz. En breves tocará escribir algo para recordar que este proyecto lleva casi doce meses existiendo, con sus más y sus menos, con su en extremo variable constancia –soy así, solo escribo cuando me apetece, me nace, y soy constante solo cuando el día a día me lo permite, que últimamente es pocas veces–. Pero bueno, aún falta un poco, un mes aproximadamente, así que ya llegará ese texto. 

Corren tiempos difíciles, de grandes cambios, de aventuras –como siempre– algo más escasas pero más aceleradas si cabe, más efímeras… Muchas cosas penden de un hilo, y en poco tiempo se cortará y las cosas cambiarán, probablemente para siempre. Son tiempos extraños, colapsados, agobiantes por un calor que no nos da tregua y por una cotidianidad que golpea día a día con fuerza. Parece que todo lo establecido se está desmoronando para desembocar en caos, pero sin duda este traerá un nuevo orden que fácilmente se erigirá como un mejor presente. 

En ocasiones pienso que todos acabarán perdiendo la cabeza, pues los comportamientos cada vez son más extraños. Cada vez nos preocupamos menos de acabar lo que tenemos entre manos, de cerrar esa puerta que seguía entreabierta; cada día se escriben menos cartas de amor y surgen más palabras de odio, de rabia e incomprensión. Puede que sea el mundo que se esté yendo a la mierda y nos esté arrastrando a todos, pero mientras quede un solo clavo ardiendo al que aferrarse, resistiremos. 

En estos momentos me vienen a la cabeza demasiados recuerdos, demasiadas personas cuya estela se va dispersando, demasiados instantes que con el paso de los días se van ahondando en la memoria, y quizá fuera mejor que no lograran resurgir. Otros, sin embargo, deberían permanecer siempre a flor de piel por lo que fueron, por lo que siguen siendo. Me vienen a la memoria despedidas en cafeterías a medianoche, noches enteras transcurridas en plazas, el tiempo deteniéndose en avenidas, mañanas radiantes después de una terrible lluvia en que los campos brillaban más que nunca. 

No es de extrañar que muchos de esos momentos que permanecen en la memoria acontecieran bajo la atenta mirada de la luna, lo cual me recuerda unos versos de Houellebecq:

En la mañana, casta y tranquila,
La esperanza que pende sobre la ciudad
Sopesa si alcanzar a los hombres.

(Cierta clase de alegría
En mitad de la noche
Resulta preciosa.)

Preciosas fueron, sí, y no solo esas alegrías. Solo esperemos que esa esperanza nos alcance, porque al final todos acabaremos en nuestro lugar y algunos quedaran bendecidos, otros malditos. Qué extraños tiempos y qué extrañas personas, y nadie sabe si habrá que arrepentirse por algo, si alguien nos recordará o caeremos en el olvido, si las cosas tendrían que haberse alargado solo un poco más o si desearán habernos dado más y haber aprovechado ciertas oportunidades cuando en lugar de ello la indiferencia fue la protagonista. Por suerte un servidor tiene la conciencia bastante tranquila, que no es poco.

Pero no más recuerdos por hoy, ya llegará ese tiempo, pues aún no es el momento. Los párpados me pesan y me recuerdan a las madrugadas de escritura, al alba tiñendo los cielos un día más y a todo lo que está por llegar. Solo un breve descanso antes del último sprint. Durmamos ahora y dejemos que estos tiempos difíciles pasen fugaces como pasaron los mejores días y las más increíbles noches, porque lo mejor palpita ya a la vuelta de la esquina; y no tardará en llegar.