9 de noviembre de 2016

De unicornios y tabernas


Uno puede llegar a escuchar gran cantidad de cosas interesantes si se para a escuchar atentamente en el momento y lugar adecuados, o si introduce ciertos elementos inflamables para avivar una conversación y, en cierto modo, hacerla estallar. Así fue que estando un día cualquiera en un bar de Valencia llegué a escuchar ciertas ideas –todas ellas provenientes de mujeres, debo aclarar– que me resultaron más que interesantes, por lo que no he podido evitar juntarlas y exponerlas en el presente texto. Quede claro que no todas son mías, pues principalmente me he dedicado a ordenarlas y darles forma. 

El caso es que las cosas han cambiado; sí, señores y señoras, debemos admitirlo cuanto antes. El mundo ha evolucionado tanto y tan deprisa que ya apenas nos resulta reconocible. Lo ha hecho en muchos aspectos, pero en este texto me refiero, en concreto, al arte del ligoteo, del cortejo, de la seducción, o como quiera llamarlo cada uno, y a los cuentos que se les relacionan. Antes las mujeres –y Disney ha hecho un daño terrible e irreparable al respecto, pocos me quitarían la razón–, para este caso las princesas del cuento que protagonizaba cada una de ellas, no tenían más que esperar en su flamante castillo, en su espectacular torre, a que el príncipe fuera en su busca, para conquistarlas, ganarse caballerosamente su corazón o para rescatarlas de algún mal, según la situación y necesidad de cada una. ¿Pero qué sucede ahora? Que la princesa se cansa de esperar, pues el galán no aparece, el príncipe no llega. La hermosa, inocente y pura princesa se pregunta entonces: “¿Dónde cojones estará el cabrón este, que no llega?” Pues bien, la respuesta es sencilla y ya conocida en estos turbios tiempos que corren: el príncipe está en la taberna local cogiendo la turca de su vida, rodeado de otros camaradas o rivales, de mujeres despampanantes, bailarinas de streaptease –que bien pueden ser princesas también, claro está–, de cerveza, whisky, tequila y cocaína; y de fondo un rock duro ambienta el antro lleno de una espesa niebla. De vez en cuando quizá se le pueda ver también partiéndole el taco de billar en la espalda a otro príncipe que, como él, viste una capa raída de un azul descolorido, con algunas manchas de vómito y sangre y con barba de varios días, todo por el honorable amor de una bella damisela.

Así son las cosas ahora, todo se da en la taberna, y las princesas, en lugar de aguardar en el vasto castillo deben salir a las frías calles, internarse en las sucias tabernas, en los antros de mala muerte, para pelear por sus príncipes con las demás damiselas, al igual que ellos mataron dragones en tiempos remotos en gestas de iguales ideales. Bueno, ¿y qué coño tiene esto de cuento? Tranquilos, que lo sigue siendo, pero cambiado y evolucionado. Que nadie se escandalice, pues el famoso unicornio sigue existiendo. ¿Qué dónde está? Pues mientras el príncipe coge el ciego de su vida en el cálido interior de la taberna, el pobre bicho espera en la cuadra que hay fuera, tomando whisky barato del abrevadero y buscando el valor necesario para entrarle a una yegua atractiva e intentar llegar a montarla sin ganarse un pleito por acoso sexual; si no hay cuadra, uno podrá encontrarlo seguramente en el frío, húmedo, oscuro y maloliente callejón que hay junto a la taberna, rebuscando con su antes prístino y legendario cuerno entre la basura y rezando porque no se le enganche con alguna lata y se le caiga, pues está débil y goteando a causa de la sífilis que contrajo al tirarse a la yegua que hacía la cuadra una semana antes y sin protección en las cercanías del hospital, mientras a su príncipe le hacían un lavado de estomago a raíz del coma etílico que había sufrido.

Sí, así de sórdido es ahora; aunque este no es más que otro cuento de la cruda modernidad para escenificar que las cosas, por suerte o por desgracia, ya no son lo que eran. Así que, bellas princesas, dejen los castillos y salgamos todos a las calles para al fin encontrarnos. Ya no se va de bares, ahora se va de tabernas, donde habita la magia de los cuentos. 

P.D.: Tendrán que disculpar que me despida tan prontamente, pero mi unicornio me grita no sé qué de Jack Daniel’s desde el retrete, y debo atenderlo, pues si no a ver quién me lleva de tabernas mañana por la noche.