19 de febrero de 2017

Estoy yendo a casa






















Siempre estoy yendo a casa,
Siempre yendo a casa de mi padre.
NOVALIS


ESTOY YENDO A CASA
Estoy yendo a casa, regresando al hogar
en que todo comenzó
y en que todo termina.
He visto ya demasiado en estos escasos y jóvenes años,
plagados de alegrías, llantos, desilusiones y emociones
tan fuertes que quebraban corazones como terremotos
ansiando recomponernos desde los cimientos;
es ese pasado en blanco y negro el que me empuja,
son todas esas vivencias que merodean ajenas en mi mente,
en los mil espejos quebrados de tiempo colapsado
cuyos cristales se amontonan en el sótano de mi ser,
lo que más fuertemente me empuja a seguir
hacia ese futuro que solo veo también
en blanco y negro; es mi pulso acelerado
el que ha quemado el color de los recuerdos.
Oh, memorias que se desvanecen, ecos que se evaporan
al ritmo de una música que se atenúa lenta,
apaciblemente, sabiendo que va a extinguirse.
Últimamente las brisas ya no me traen el aroma de las flores
cuyos brillos nos embriagaban en aquellos dulces años,
no; quiero regresar, materializar en este eterno anhelo
todas las palabras que no dije, todos los abrazos
que no supe dar; me he cansado ya de estos vaivenes,
de las nieblas de estas ciudades eclipsadas
por sus propias decadencias; no, no más.
Estoy yendo a casa, regresando al hogar;
ansiando solo recuperar un mísero atisbo
de toda la paz que dejamos esparcida,
olvidada en la fresca hierba de los campos
que nos hacía de cama, las esponjosas nubes
que mansas recorrían esos cielos infinitos
color turquesa; llévame a esos panoramas
como cuando éramos niños que reían
despreocupados ante un futuro que nunca llegaría
y que ya nos ha destruido; por favor,
llévame de nuevo allá, donde los sueños
eran la realidad de unos días que nos amaban
tanto como nosotros nos amábamos;
permite que olvide todas las luces que emborrachan
a esta ciudad, que bombean su dulce néctar
venenoso a través de mis sedientas venas.
Regálame otra vez esos océanos cristalinos de tu mirada,
abrázame como cuando lamiste mis lágrimas
después de que te hablara de arduas vidas pasadas;
te lo ruego: llévame a casa.
Todavía os recuerdo a todos y a todas;
a nadie he olvidado durante mis macabros viajes
en que me internaba en las noches eternas
que me embriagaban y enamoraban
hasta convertirme en otro; no pude olvidaros
aun cuando las puertas de cada alma perdida
y maldita se me abrían rogando el cariño
que nunca podía darles por mucho que ansiara
el recuerdo del contacto y el entendimiento,
por mucho que mis venas bombearan estrellas fugaces
y mis besos rogaran una vía de escape, una salida;
no, no pude olvidar el calor de su llanto en la despedida,
ni el sabor de sus palabras al serme murmuradas
tras una noche perdida en los eones de la historia
que narra todos mis errores; no pude olvidar
quién fui y quién sería, en quién me he convertido
para poder alcanzar ciertos planetas remotos y olvidados,
que vagan sin luz a la deriva a trillones de kilómetros
de distancia, camuflados entre explosiones
de supernovas y nebulosas; en los restos cósmicos
que dejamos atrás cuando colapsó
nuestro pequeño universo; eso es cuanto ansío recobrar
ahora que morí y he renacido entre páginas
escritas con esas lágrimas diluidas en fuego;
por ello, estoy yendo a casa.
Está sucediendo, en mi cabeza y a mi alrededor,
está gritando desde mis entrañas, esta libertad
no liberada, esa bestia que rugía en la selva,
ese amor tan fuerte que sabía detener el tiempo,
está clamando una liberación que muero por darle
a ese monstruo que alumbraste; y desde que me perdí
en esta vasta jungla de asfalto, desde que aprendí
a volar bajo tierra y a pintar murales
con hojas resecas en los cielos que lloran estrellas,
desde que sentí a los ángeles revoloteando a mi alrededor
sin que pudieran tocarme, sanarme, desde el inicio
del fin he estado yendo a casa,
siempre yendo a la casa de mi padre,
en la que yo, y como todas las cosas,
empecé a amar, porque allí donde nació el amor
es donde todo terminará; todo el odio y el miedo,
la melancolía y el anhelo, todo perecerá salvo la esperanza
que nos elevará sobre el sol y la luna
y nos otorgará esa inmortalidad que tanto temimos
pero que ahora abrazaremos.
Sí, ahora que he sabido qué es amar de verdad,
temer una pérdida más que a la muerte propia,
ahora que supe qué era querer secar los mares
con tal de alcanzarte, ahora que grito exhausto
a los cielos con los brazos abiertos;
ahora que al fin he perdonado y he sido redimido;
ahora que al fin he comprendido, estoy yendo a casa.

6 de febrero de 2017

Fluye en la Noche



Prepárate, espabílate para un nuevo asalto.
Desconéctate de la cama o del sofá
o de donde sea que hayas estado enchufado
para recargarte las pilas.
Habrás pasado toda la tarde tratando de leer un buen libro,
atontado, hipnotizado, vagando por borrosos y diluidos mundos
donde reinan enormes lagunas de neón
y fragancias embaucadoras y escasos recuerdos de extravagancia.
Eso es, olvida la hierba de Whitman,
recuerda que Baudelaire quería que te embriagaras.
Déjalo ahora, búscate un buen calzado,
comprueba tu cartera y coge las llaves; sal a las calles
con la caída del sol, nunca antes.
Súbete la cremallera de la chaqueta hasta el cuello,
deja que un viento de mil demonios te deje el pelo hecho un desastre,
enciende un pitillo y camina con paso seguro,
las manos en los bolsillos, casi moradas.
Adéntrate en el metro mientras ordenas toda la mierda de tu cabeza
y acércate al jaleo y al ruido
que golpeaba tus sentidos desde la distancia,
que te perturbaba en el reino de los sueños
desde un futuro que aún no se había materializado.
Llega hasta el gentío y exhibe tu mejor sonrisa
o frunce el ceño; enciende otro pitillo.
Métete dos, tres, cuatro cervezas, las más grandes,
e intenta que no te acuchillen la cartera.
Tómate algunas en cualquier garito de Lavapiés,
uno con estilo esta vez,
entra luego a un antro y bebe un Jack.
Sal al frío con el esófago caliente, que ascienda
ese ardor que te guardará, respira profundamente,
sigue, continua, no te pares por nada; fluye en la noche.
Sube cuestas empinadas, camina de espaldas en los vaivenes,
llega hasta Tirso y bebe una lata mientras observas
a los vagabundos, fuma un pitillo y sigue latiendo, volando.
Siente cómo sube la marea, cómo empieza
a echar humo la caldera; es tu maquinaria interna.
Sigue, no te pares, respira profundamente.
Intenta encontrar otro Jack a precio de provincia,
llega hasta Sol y esquiva a las princesas,
sube hasta Gran Vía y cruza a otro mundo,
evita esas bombas luminosas que prometen
vidas que solo existen en los sueños rotos;
trata de encontrar un trago de absenta negra
y deja que reinicie tu cabeza y abrase tus entrañas,
que te haga olvidar ese futuro que has ansiado por un segundo;
piérdete lo suficiente por Malasaña como para olvidar
el camino de vuelta; bebe un par de litros
de leche de pantera y esquiva el tequila,
coquetea con el bourbon y regálate un cigarrillo;
intérnate en algún garito, busca buena música
y consigue que te inviten a un par de copas
y después baila, salta, grita, libérate y ama.
Tu cuerpo arde al fin, todos los mares del mundo
en plena efervescencia; dales un sorbo también.
Vuelve al frío con el nacimiento del sol,
olvida que las estrellas te hablaron
cuando sientas que una mirada de jade te atraviesa,
sé digno de ella, enséñale cómo caminas, cómo cruzas mundos;
respira profundamente, tus pulmones claman un descanso,
pero aún no; vete de after a una casa ajena
y mírala, qué bonita es, descubre que es interesante,
que su mundo interior puede hundir el tuyo
y toma las dos últimas copas tras hacerte con su número;
pero solo conversa, descúbrela, piérdete en su mirada,
lo que sea, pero no la beses, no todavía;
no lo estropees, conserva esa imagen, ese momento,
hazlo inmortal en tu memoria, porque crearás lagunas,
pero no borrarás ninguna de sus frases, te será imposible.
Prométele que le hablarás en los próximos días
y hazlo, joder; camina hasta casa, sigue nadando.
Siente el ardor de esa resaca que ya va llegando
durante la pseudovigilia que te mantiene vivo;
respira la fría y densa niebla que puebla las calles vacías,
evita tambalearte, mantén el equilibrio, esquiva a borrachos
como tú, sonríe como un estúpido pensando en ella,
es lo que importa al final de una noche que ya es día
desde hace horas; llega a casa a las doce del mediodía.
Mil lugares, mil personas, unos tragos y una estrella,
Madrid es así, y has ganado ese combate;
estás destrozado y sonríes satisfecho, estás liberado.
Un pitillo, medio litro de agua y de nuevo en coma:
enchúfate, formatéate hasta escuchar de nuevo el ruido.
Prepárate, espabílate para un nuevo asalto.
Fluye en la noche, no pares.