12 de octubre de 2017

Las últimas notas


Éramos como viejos casi en el ocaso de la juventud,
Ansiando llegar a jóvenes pasados los cincuenta,
Si es que llegábamos a sobrevivir
A tantas noches enfermas de euforia,
A tantas alegrías rotas en barras de bar
Y esquinas soleadas de farolas fundidas;
A tantas lágrimas ahogadas en humo de cigarrillo,
A tantas despedidas acumuladas en el futuro.
Teníamos en común la rebeldía inconformista,
Las ansias inagotables que nunca cristalizaban,
El sabor agridulce tras tantas victorias a medias,
La nostalgia anticipada de lo que nunca poseímos 
Y que se dejó marchar antes de ser alcanzado.
Éramos hermanos y hermanas de mundos dispares
Unidos bajo una generación de nuevo perdida,
Que llegábamos a tiempo para llorar de júbilo
Al echarnos del último antro abierto en la noche
Que silenció la última nota;
El último compás de una mítica canción
Que nos unió siéndonos desconocida
Para alumbrarnos la sinuosa senda
Sobre la que andábamos, pérdida tras pérdida. 
Y es que se nos cerraban las puertas de la gloria
Cuando lo único que buscábamos era el éxtasis,
El instante en que belleza y deseo se funden
Como los cielos y océanos bajo la lluvia de estrellas,
Y lo único que echábamos en falta era el sentimiento
De ascensión previo al golpe final y demoledor
Que tantas veces nos gustó saborear.
Parecen desfallecer aquellos soleados días
De prendas mojadas y cabellos revoloteados, 
De miradas que refulgían pasión y hambre
Frente a formas encumbradas por las cicatrices;
Son vistos ahora en sueños a través de prismas
Envueltos en sal, arena y aguas heladas.
Rememoraremos constantemente e impulsados por alas
Las inconstantes tormentas que nunca nos dejaron
Sin aliento antes de que llegaran:
Los primeros besos punzantes y cargados del aroma
De sonrisas que nacían frente a nosotros
Recortadas contra el ocaso de las ilusiones
Que nos mecían y protegían del orden;
La primera caricia sobre unas carnes trémulas
Que solo rogaban escuchar el rugido
Del placer absoluto estallando en derredor;
La primera lágrima que asomaba del ventanal
Por el que contemplamos tanta pureza desordenada;
El primer grito de angustia arrancado en la garganta
Al ver unas piernas contoneándose en dirección contraria;
El primer sabor que apreciaba una lengua virgen
Al recorrer vergonzosa unos surcos prohibidos
Que morían por sentir cualquier cosa
Que no fuera la melancolía de una ausencia;
El primer y último sexo al que admiramos
Brillar con luz propia y reventar
Viendo saciado un anhelo inextinguible. 
Todo lo que realizamos y lo que nos quedó pendiente
Es lo que conforma nuestras imágenes inmortales
Erigidas en los jardines de todo vecino
Que alguna vez compartió con nuestro espíritu
Unas palabras, una caricia o un secreto inconfesable.
Siempre nos gustaron esas últimas estrofas
Que podíamos revestir de nostalgia en el aire,
Cuando las liberábamos habiéndolas adulterado
Para el mundo, nuestro propio legado. 
Así fuimos y seremos, siempre jóvenes e inexpertos
En la locura y la maravilla, entre las risas
Y los revolcones y los adioses pronunciados tempranamente. 
Sí, siempre fuimos y seremos los locos amantes
De algún lado oscuro de la vida,
Que es el que más intensamente refulge
Cuando la luz ajena cede ante la nuestra.
Siempre seremos ese eterno bombeo
Y esas indestructibles entrañas
De los seres corruptos y prístinos
Que alumbran las últimas notas
De una canción que juntos escuchamos una vez. 

4 de octubre de 2017

Concierto de silencios


Hay silencios calmados, tediosos. Los hay exuberantes, poderosos y sobrecogedores. Furiosos y terribles. Hermosos y deseables, apacibles, tranquilizadores y trascendentales. 

Escucho un silencio en lontananza que me llama. Una comunión de todos ellos. Un concierto en que los instrumentos han enmudecido, han dejado paso al inabarcable manto de estrellas muertas que es este silencio y me han invitado a escucharlo. Sí, soy un privilegiado, contemplando desde el palco VIP el callado mundo a mis pies. 

Es una sala oscura en la que solo se percibe un tenue rumor, como el fluir de un riachuelo en una noche opaca. No existen soles aquí dentro, sino una vida oculta que brilla en otro sistema, imperceptible en este lugar. Hay una muchedumbre a mi alrededor, una a la que no puedo ver, que respira con tanta gracia que despierta carcajadas en mis ojos. Desconozco si mis latidos se pronuncian con furia o son impulsos exteriores. Sí, creo que lo son. Escucho los latidos de todos los presentes, la vida en armonía, y es algo hermoso este silencio mancillado. 

Es en este Café con la puerta cerrada horas atrás, prohibido el paso a transeúntes sin fe, donde se aúnan todos los silencios para crear la más estruendosa sinfonía que solo un sordo podría apreciar. 

Sin embargo, nosotros la vemos cuando se encienden las luces, centelleando en nuestros iris quemados por la luna. Acostumbrados a mirar de soslayo. Apesadumbrados por haber perdido la fijación en los débiles destellos que ya casi olvidaron. Sí, vemos este silencio absoluto, tan poderoso que es apreciable con el tacto; el suave contacto de una seda prohibida robada en países exóticos.

Vísteme, silencio, ahonda en mí y encuentra las palabras enterradas. Hazlas resurgir para que te resquebrajen. Llévame y elévame cuando resuene la última canción que compusieron los locos de bellos sueños. 

El hastío te hace cruel, silencio. Ya no eres más que el tejido de las tinieblas, un día más triste y oscuro que todas las noches. 

Acállate, silencio, y da paso a la percusión del mundo, que ansía retumbar de nuevo en esta sala vacía y rebosante de almas. 



[Imagen: Chiharu Shiota, “In Silence”]