Volví a respirar la noche, a escuchar un silencio solo remotamente entorpecido. Volví a perderme en sus fluctuaciones, a contemplar un atardecer sin cerrar los ojos, hasta el final, y a esperar a que las luces del alba volvieran a bañar la ciudad. A cualquier ser medianamente nocturno le será imposible negar la magia que reside bajo un cielo oscuro repleto de estrellas, solo visibles cuando la contaminación lo permite, o cuando uno está lo suficientemente lejos para admirarlas. No podrán negar que algunas de las mejores cosas han sucedido ante su tímida mirada, bajo su luz marchita, durante ese lapso de tiempo que reinicia los días y los cuerpos, dándonos vida y energía de nuevo.
Nada mejor que esa calma para que uno se dé cuenta de todo lo que tiene, pues los cielos estrellados en ocasiones parecen poder reflejar los soles que contienen nuestros corazones, así como la estela que dejaron las cosas que ya se fueron y los que ya partieron para no regresar. Los sueños y la escritura entrelazan sus dedos para darles forma sobre el papel, para que jamás sean olvidados del todo. Música, ruido, sonrisas y carcajadas, compañía o soledad, buscada o forzada; cada cual lo hace a su manera, o como se le permite hacerlo.
Uno se pregunta en esas largas y apacibles noches a dónde irán las palabras que se lleva el viento, si encontraran el lugar correcto, si hallaran al fin cobijo. Dónde acabarán los mensajes que no obtienen respuesta y las letras de las cartas que arden en el fuego. Muchas preguntas sin contestación son lanzadas sin saber tampoco cuál será su paradero, al no poder verse esclarecidas. Qué ocurrirá, por qué pasó esto o aquello, qué podría haber sucedido o dónde estará a estas horas; son algunas de las más frecuentes, y normalmente el tiempo se encarga de responderlas durante, quizá, otra noche en vela, estemos donde estemos.
Café, cigarrillos, cerveza o copas, cada uno enjuaga su alma y sus tripas con unos medios, pero al final todos nos hacemos las mismas preguntas, desconocemos lo mismo y ansiamos cosas parecidas. No somos tan distintos al fin y al cabo, pero por suerte siempre sucede algo que nos saca una sonrisa y un brillo en la mirada. Uno no siempre gana por el mero hecho de haber peleado hasta el final y fieramente, pero de un modo u otro acabamos obteniendo algo; quizá nos haya desviado, tal vez nos haya sorprendido, y tanto mejor, pero solemos acabar en el lugar en que debemos estar y con la compañía que nos corresponde. Puede que el azar y la vida misma sepan mejor que nosotros qué debemos hacer y por dónde debemos tirar cuando llegamos a un cruce.
Y con un poquito de esa suerte todo sufrimiento se verá compensado, y si no con lo que esperábamos, con algo todavía mejor que nos descolocará y nos hará creer de nuevo. Al menos así lo esperamos, no hay otro modo de seguir adelante cuando no hay nada a lo que aferrarse para no ceder ante la tormenta. Y seguiremos brindando por esas noches eternas de las que podremos disfrutar de vez en cuando, de las que nunca nos cansaremos; esas noches en que el calmado oleaje del mar se escucha más furioso que nunca al no hallar barreras, en las que la luna abrasa el cielo y en las que los besos saben mejor que nunca. Esas que, cada vez, nos hacen vivir y sonreír de nuevo.
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