30 de septiembre de 2016

Adiós, Septiembre


Ahora que se está yendo Septiembre me doy cuenta de que va a llevarse muchas más cosas con él, algunas de las que estoy seguro y que ya he asumido, otras que desconozco por completo y algunas que me niego a asimilar. Sí, imagino que como todos los demás hago oídos sordos a las advertencias muchas veces, y aparto la mirada cuando sé que lo que voy a presenciar no me va a gustar, como si pudiera evitarlo, como si fuera un niño pequeño y pudiera solucionar algo con una rabieta.

Es inevitable; Septiembre cierra sus puertas y diremos adiós a las soleadas tardes en las terrazas, en las que el tiempo parecía no tener permiso para seguir transcurriendo, a los baños nocturnos en el mar, a fumarnos ese cigarrillo a medias después de hacer el amor sudorosamente, con el calor de una noche que no daba tregua haciéndonos partícipes de su razón de ser. 

Diremos adiós; nos diremos adiós al fin, aunque en realidad tú ya lo hiciste hace mucho, me temo. Van quedando atrás tus besos y caricias, muy atrás; demasiado. Pero ahora lo sé: nos estamos yendo, y esas miradas tuyas no volverán. Simplemente, no volverás. Ya dejé de hablarte, de esperar una aparición sorpresa por tu parte, un susurro que llevara mi nombre. Ahora, al fin, puedo escribirte sin pesar, sin que un tembleque se apodere de mi pulso y me arruine la caligrafía. Puedo pensarte sin seguir añorándote, porque he comprendido que no fuimos ni seremos, que quizá no volveremos a vernos.

Septiembre te alejará de mi lado, de mi vista y mis suspiros. Adiós, Septiembre, adiós, querida amiga. Aun así nos seguiré recordando con alegría, con una pizca de melancolía, pero regalaré a otra persona todos los sueños que te había reservado, todas las palabras que me había guardado, las que nunca te dije, y todos los besos que no pude darte. 

Quedamos grabados a fuego en una noche ya inmortal, y ahí permaneceremos, hasta que nos remplacemos por otros con el tiempo, con suerte, con un par de milagros y coincidencias de por medio.  

27 de septiembre de 2016

Reseña de 'Tan poca vida', de Hanya Yanagihara


El  pasado 15 de septiembre llegó a las librerías españolas la novela Tan poca vida, la segunda obra de la autora Hanya Yanagihara, escritora californiana de ascendencia hawaiana y coreana. En Estados Unidos y Reino Unido cosechó un éxito inmediato, haciéndose viral a través de fuertes campañas publicitarias y arrasando ante la crítica literaria de los mejores periódicos y revistas del país. Su primera novela, 'The People in the Trees', pasó sin mucho revuelo, pero sin duda con su regreso al panorama literario ha conseguido dar un tremendo giro a su carrera. 

Tan poca vida es una novela de más de mil páginas en su versión española que nos guía a través de las vidas de cuatro jóvenes en Nueva York: Willem, JB, Malcolm y Jude, siendo este último el verdadero protagonista. La historia retrata las distintas etapas de su amistad, que va desde los veinte años hasta más allá de los cincuenta. Podría parecer cualquier novela que basara el grueso de su trama en el valor de la amistad, explorando sus recovecos, sus dificultades y maravillas, aunque ya desde el inicio la autora nos da unas leves pistas acerca de lo poco común de esta historia. Y esto es porque la vida de Jude, desde sus inicios, está marcada por el dolor y el sufrimiento, y este es el auténtico tema de la novela, más allá de la amistad, el amor o el crecimiento: el dolor en sus distintas formas, ya sea físico, emocional o psicológico. 

La autora ha sido alabada por explorar y diseccionar la masculinidad con maestría, la evolución de la vida de un hombre, sus miedos, sus inquietudes y deseos, pero más que esto, Hanya ha realizado una visceral autopsia del dolor que reconcome y destroza a su principal protagonista. Muchos se han quejado de la longitud de la obra, y quizá tengan en parte razón, porque la misma historia podría haberse contado con doscientas páginas menos. Alargándola tanto solo consigue repetirse en fases que giran, habitualmente, en torno al sufrimiento del protagonista, haciendo énfasis en él, repitiendo sus agonías, sus momentos de debilidad, sus caídas y posteriores levantamientos; hurgando en la herida. Con ello consigue agotar mentalmente al lector, hacerle sufrir a él también, mostrarle más dolor tras la vuelta de la esquina cuando creía que solo un ápice más sería ya imposible, así que la largaría de la obra quizá se deba a su deseo por hacernos más mella todavía, si cabe. 

Sí, como se ha dicho también, es una novela que, a pesar de leerse con facilidad, es densa, profunda, oscura y muy dura. Repleta de partes emocionantes, de tensión, de giros inesperados, de fragmentos de extrema belleza y otros de desmedida dureza. Con un estilo bastante directo y una pluma eficaz, que solo se permite dejarse llevar en algunas descripciones y a la hora de elaborar metáforas que ayuden mejor a esbozar lo que sienten y padecen los personajes, Hanya relata con gracilidad más de cuatro décadas de sus vidas, con una gran cantidad de sucesos y de personajes secundarios que enriquecen la trama y las historias de cada uno, lo cual no es fácil. Es lo que ocurre con una obra tan larga: que nos permite asistir a tantos momentos de sus protagonistas que, al acabar, hemos empatizado con ellos y nos parece conocerlos en profundidad. 

La otra cara de la moneda, respecto al dolor, es que cuanto más veces lo padece su protagonista, por cada vez que se caiga, tendrá que levantarse, así que a pesar de la indecisión que lo posee y lo introvertido que es, puede considerársele un luchador nato, por lo que podría etiquetarse también esta historia como una de valentía y superación, de lucha ante las mayores complicaciones e injusticias de la vida. Veremos en ella cómo Jude lucha contínuamente contra su compleja psicología, hostil hacia sí mismo, y asistiremos con él a la ardua búsqueda de la felicidad, tan utópica en ocasiones. 

No creo que sea una obra maestra, como muchos aseguran, pero sí una gran novela que debería leerse, más teniendo en cuenta que el panorama literario actual no ofrece muchas obras de esta índole, aunque siendo un poco más breve creo que podría haber brillado todavía más. 

Hay muchas frases y fragmentos memorables, y Hanya da en el clavo a la hora de resumir aspectos esenciales de la vida en unas cuantas palabras, lo que siempre es un gran acierto. Podría quedarme con muchas de estas pequeñas partes, pero si tuviera que escoger una, sería la siguiente, con la que cerraré la reseña, por su brevedad, hermosura, simplicidad y significado:

"... había cumplido ochenta y nueve años, y sus ojos oscuros habían adquirido ese gris innombrable que solo se veía en los más jóvenes y los más ancianos: el color del mar del que se proviene, el color del mar al que se regresa."

7 de septiembre de 2016

Fóllame


Eso es, sin más; fóllame sin dudas, sin preguntármelo previamente, solo hazlo una jodida vez. 

No me des tregua ni cancha, solo fóllame hasta el amanecer o hasta el anochecer, o hasta que ardan mis huesos, si te place, y destrúyeme con tu cuerpo, hazme sudar, rabiar, sangrar y desear solo un polvo más, hasta que olvide qué son el hambre y la sed, hasta que el reloj estalle bajo el peso de la cama y desaparezca el tiempo. 

Ven a verme ahora mismo, que yo te esperaré escribiendo y fumando, pero corre, que ya apenas queda tinta en mis venas. Ven ahora con ese tanga negro y nada más, ese que tan loco me vuelve, ese que saca al animal que llevo dentro y al amante que murió hace tanto, pero ven ya y fóllame, que no soporto más la ausencia de tu piel sobre la mía. 

Solo quiero que me quemes otra vez, por Dios, así que ven ya o tendré que cometer crímenes terribles. Ven y lo haremos hasta reventar la cama, luego en todas las mesas, en la cocina, en la ducha y en el coche; ven y follaremos en el armario si quieres, dentro, contra él, sobre él y también debajo, ya hallaré el modo si así lo deseas, pero ven y fóllame hasta matarme.

Ven y rescátame que yo llevaré una botella de Jack Daniels y nos iremos a bebérnosla al mar mientras nadamos desnudos y follamos toda la noche, hasta que los pescadores nos denuncien cuando arraigue el alba. 

Decías que yo era un ser complicado y atormentado; quizá lo segundo sea cierto, pero lo que te pido es bien sencillo. Ven vistiendo ese body tan sexy que hace que quiera arrancártelo a bocados, para así con suerte llevarme también algo de tu piel, tu carne y tu esencia a mis entrañas. Sabes que solo te deseo a ti, desde los pies hasta el último de tus cabellos, así que llévame al cielo de una puta vez y no me hagas sufrir más, te lo ruego. Solo el perderme en tus curvas me llevará de vuelta a la cordura, así que corre y fóllame antes de que beba hasta morir.

Sabes cómo soy, así que ven ya, follemos y luego léeme tus poemas mientras te observo y juzgo sentado en la sombra, semi desnudo, con el pelo alborotado y la piel arañada, con las gafas de sol puestas para esconder mi fuego y sosteniendo un cigarrillo humeante en la comisura de los labios, levantando una ceja e intentando poner cara del malo de la película, aun cuando sabrás perfectamente que amaré tus palabras y me estaré derritiendo por dentro y solo desearé abalanzarme sobre ti y morderte en todas partes, hasta hacerte gritar, ya sea de placer o dolor, me da igual, lo que quiero es que brilles; oh sí, eso sería maravilloso, así que ven corriendo y ya nos correremos juntos después, pero ven ya a mi encuentro en esta noche desesperada.

Ven y follemos hasta olvidar lo que leímos de Miller y Bukowski y escribamos nuestras propias epopeyas sexuales sobre la piel del otro. Por Dios, que me encarcelen ya mismo si miento al decir que mataría a todos mis vecinos y sembraría el caos en las calles, derribaría el sistema establecido por echarte solo un polvo más, largo y tendido, por morder tus pechos mientras me cabalgas con furia y por hacer un sesenta y nueve hasta que nos corriéramos simultáneamente, el uno sobre el otro. 

Solo pienso en tu abdomen hinchándose con cada bocanada de aire para recuperar el aliento; todo tu cuerpo convulsionando con cada sacudida, estremeciéndose por los relámpagos que me destrozan la espina dorsal. Tu vagina ensanchándose a mi paso, mojándose cada vez más, tus piernas temblando irremediablemente al final y tu lengua deleitándome en cada principio. Joder, si todo es magia y maravilla.

Ensuciemos la habitación entera, hagamos que huela a sexo durante meses y dejemos manchas en las sábanas, las únicas cómplices de nuestras salvajadas. Siéntate en mi cara y deja que te coma, que te estruje y apriete hasta cortarte la respiración, vuélveme loco de deseo y deja que rompa todas tus prendas para que así nunca más puedas vestirte y privarme de la visión del paraíso. 

Se me va la cabeza, sucumbo a la locura, al deseo irrefrenable que me posee de pies a cabeza. Creo que si nos volvemos a ver nos mataremos follando, cometeremos algún tipo de suicidio colectivo o haremos algo estelar, alguna barbaridad irreversible, pero es la duda lo que me consume y extingue, así que ven, ya sea de noche o de día, y follemos hasta olvidar nuestros nombres, que somos seres humanos y hasta que nos creamos estrellas fugaces quemando con su paso el firmamento que recorren (cuando follamos los dos, sin preguntas, consecuencias y complicaciones, solo cuando follamos sin más, que ya es decir mucho).

Creo que he olido desde aquí la esencia salvaje que solo puede pertenecerte a ti, así que dejo esta locura y ahora voy a abrirte la puerta, para que al fin follemos como nunca debimos dejar de hacerlo. Luego, si eso, ya te leeré este disparate para seguir haciéndolo después; eso si no nos da por follar en esta misma mesa y acabamos destrozando la máquina de escribir con alguna sacudida. 

Pero ya no me importa nada, solo ven, y date prisa. 

4 de septiembre de 2016

Aquel que escribía por amor


Siempre reaccionaba de maneras similares cuando le decían aquello; unas veces se encogía de hombros, otras desviaba la mirada, pero todas encerraban el mismo significado: no entendía por qué se lo decían, por qué le decían que era valiente al hacerlo. Simplemente no lo consideraba así. Puede que fuera por los tiempos que corren, por cómo ha cambiado todo con el paso de los años o por cómo suelen ser las personas actualmente. Le decían que era valiente por enviarle una carta de amor a alguien.

Quizá por volcar en el papel lo más absolutamente sincero y desnudo que albergaba en su interior, o por el atrevimiento de hacérselo llegar, por la reacción al leerlo, por la posible negativa o por abrirse a alguien de un modo tan puro, sin barrera alguna, dejando bien claros sus deseos, anhelos e intenciones. Pero no, él no lo veía valiente, sino lógico. 

Era lo normal, porque uno ha de decir lo que siente y él lo hacía aunque empleara ese método casi olvidado como último recurso. Cuando no quedaban acciones por realizar, cuando creía haber expulsado todas las palabras que su mente había tratado de ordenar correctamente en el momento más crucial de todos, entonces tomaba aire y se sentaba a escribir. A escribirle a ella.

Si todo estaba ya perdido o tenía escasas posibilidades, ¿qué más daba? Él pensaba que cuando uno quiere algo realmente, cuando de verdad lo desea, va a por ello, no hay más. Lo mismo con la persona amada o deseada. No había nada que cavilar, simplemente tenía que hacerse; y no porque lo pidiera la mente, no, porque ella ya había jugado y perdido, y de hecho si intercediera probablemente trataría de disuadirlo, pero no. Lo hacía porque se lo pedían el corazón, el alma y las entrañas. No había dudas, miedos o tartamudeos; solo decisión y la mano presionando firmemente la pluma sobre el papel.

No entendía qué ocurría en la actualidad con aquello de hacerse de rogar, de hacerse el difícil o el interesante, o sencillamente de acobardarse ante las mejores oportunidades que ofrece la vida. Creía firmemente que ciertas cosas tenían que hacerse o decirse, no hay más. Destriparse sobre el papel para mandar una carta de amor a la persona amada o deseada, para intentar conquistarla, retenerla o animarla a emprender un nuevo camino cuando la ocasión merecía realmente la pena. Sin lugar para las inseguridades. Porque el espacio puede acortarse y el tiempo moldearse; las personas hacemos milagros cuando queremos.

Él ya había sufrido por tener en el cuerpo unas cuantas espinas clavadas, unos cuantos “Y si…” que nunca obtuvieron respuesta, y no pensaba coleccionar ni uno más. Una vez escribió en una de sus historias: “Porque el no intentarlo es el fracaso anticipado”, y así lo creía, y jamás volvería a fracasar en nada por no intentarlo ni se quedaría con las malditas dudas. No había problema en hablarle a alguien cuando fuera, en decirle “Me gustas” o “Te quiero” o “Estás preciosa”, y robarle un beso en el momento adecuado. No, porque justamente eso era lo correcto.

Le decían que era valiente por, escribiendo por amor como último recurso, llegaba siempre hasta el final, intentaba todas las vías posibles antes de rendirse. Lo que nadie sabía es que estaba cansado de llegar a tantos finales sin hallar nada en ellos. Porque sí, la literatura también fallaba. Pero aun tras tantos golpes, desilusiones, la pérdida de la esperanza y el desasosiego, cuando regresaba el momento, aun sin ilusiones, lo volvía a intentar, volvía a escribirle a esa persona especial. ¿Por qué? Por la misma razón que lo hacía siempre: porque no intervenía la mente, y más que una decisión era una imperiosa necesidad vital. 

Necesidad de hablarle de verdad, quizá por última vez, y no con el lenguaje de los hombres, sino con el del alma: la escritura. Porque las palabras son olvidadas, llevadas por el viento, pero lo que está escrito permanece.

Pero a pesar de todo, como decía, no solía funcionarle, ya fuera para enamorar o para retener a la mujer amada o deseada. Pero, claro está, no solo escribía por amor en esas circunstancias, porque a la mujer que le correspondía también le escribía. No tenía que convencerla, enamorarla o conquistarla porque ya lo estaba; lo hacía porque la quería, y para recordarle quiénes eran, quién era él y sobre todo quién era ella, y por qué la había elegido de entre todas las demás. Nunca consideró valiente escribirles por amor, solo sincero, vital y necesario.