No es una atípica
historia, sino siete historias impregnadas por una atípica neblina, que las
atraviesa y las imbuye, a todas ellas. La nueva obra del conocido Haruki
Murakami se presenta como una antología de relatos, pero la verdadera esencia
va mucho más allá; porque sí, posee una esencia propia y característica, ya que
a pesar de tratarse de historias independientes, las que incluye este Hombres sin mujeres son distintas a lo
que cabría esperar.
No sería raro que el
lector tuviera cierto reparo en enfrentarse a una lectura como esta, dada la
mayor atracción que representa una novela en sí frente a un conjunto de
relatos, por razones obvias: profundidad, densidad, complejidad de la narración
y los personajes… Pero esto es lo que diferencia a Hombres sin mujeres de, por ejemplo, Sauce ciego, mujer dormida, otra antología del autor que reunía
muchos más relatos (24), algunos de ellos, lógicamente, mucho más breves. Aquí
encontramos la diferencia principal. Cada una de las historias reunidas en este
volumen, al ser menores y más extensas, permite al lector realizar una
inmersión profunda en los dramas que nos son narrados, a través de unos
personajes elaborados, complejos, de los cuales conocemos multitud de detalles.
Casi como novelas cortas independientes, estas historias nos atrapan desde las
primeras páginas, cada una de ellas, y el autor, a través de su prosa
característica, sencilla y directa a la par que hermosa y efectiva, poética,
nos lleva a su terreno de juego, donde más cómodo se siente para presentarnos
esa atmósfera fatalista por la que se le reconoce.
Ya el título da algunas
pistas, pues los personajes protagonistas son hombres que tienen algo que
contar y parece que todos ellos estén impregnados de una decadencia personal
similar. Algunos solitarios, extraños en el mundo que los rodea, otros más
joviales y extrovertidos, todos ellos son presas de la fatalidad en el amor, de
la desdicha para con las mujeres, las otras protagonistas de la obra. Se
respira la tragedia, se palpa la solemnidad, y ciertos temas comunes en algunos
de ellos, como la infidelidad, la obsesión, la pérdida, el desgarro emocional y
psicológico; sirven de puente para hacernos llegar a la verdadera esencia de
las historias, algo mucho más profundo que el sexo, que el contacto físico, que
las relaciones sentimentales… Nos lleva a las reflexiones de los hombres, a la
soledad que experimentan al narrar sus caídas, sus estancias en el abismo que a
todos ellos los engulle. Y eso que algunos de ellos no están solos, pues
cuentan con amigos, confesores, y a través de las conversaciones entre ambos se
nos presenta la historia. Por ejemplo, en uno de los relatos, el protagonista
mantendrá una extraña amistad con quien fue uno de los amantes de su mujer, ya
fallecida, para tratar de entender el motivo por el que lo engañaba, que es lo
que lo corroe, y además para averiguar más detalles de su propia esposa y de
paso recordarla, algo que el lector apreciará como hermoso y a la vez
desgarrador.
Haruki Murakami es,
desde hace años, un reconocido autor internacional que ha sabido llegar tanto
al público oriental como al occidental; ha sabido elaborar unas historias y
pintar cuidadosamente a unos personajes con los que todo el mundo, en mayor o
menor medida, puede sentirse identificado. Es un caso un tanto extraño, pues a
pesar de ser uno de los comerciales, uno que puede encontrarse entre los más
vendidos, no ha vendido, sin embargo, su alma, ni ha comprometido su pluma
porque la magia que le valió el reconocimiento sigue bien presente, así como su
estilo característico, que lo aleja enormemente de autores similares y también
muy comerciales, como por ejemplo Nicholas Sparks, a quien tampoco le va nada
mal. Murakami sigue sellando cada una de sus obras con su distinción,
ofreciendo al lector ese fatalismo mencionado anteriormente, ese punto de vista
diferente, ese prisma grisáceo que nos permite ver el amor, ese gran tema
universal, y el desamor, de un modo dolorosamente real, uno que, al igual que a
los personajes de cada una de las historias, nos hará reflexionar, y supondrá
una cuchillada directa a nuestra alma, una que no tiene porque ser precisamente
mortal. Mediante una mezcolanza entre lo absolutamente real y lo surrealista,
lo onírico, crea unos protagonistas atípicos, cada uno marcado por extrañas
facultades que los alejan de la homogeneidad humana, y los hace especiales;
pero por muy extraños que sean, como todos nosotros, se verán inmersos en las
maravillas y las desdichas del amor, y quizá sea por eso por lo que es sencillo
que el lector se identifique con ellos y quiera seguir leyendo hasta llegar a
la conclusión.
Quizá el punto más
negativo de la obra sea, como se ha mencionado, que no se trata de una novela
en sí, de una narración más extensa, pero esto no impide que nos zambullamos
profundamente entre las líneas, porque sí, son historias complejas igualmente,
y están narradas con suavidad, con melancolía, con una tristeza
maravillosamente bella que las une a todas ellas y les otorga una unidad que
nos hace olvidar la independencia que las divide y permite que, en ningún
momento, podamos sentirnos desenganchados de la lectura.
Siete historias, un
gran tema, y unos alicientes comunes que no defraudan, sino que logran
instalarse en nuestro interior y quedarse allí, al finalizar la lectura, para
seguir corroyéndonos (tanto en el buen sentido como en el malo), al igual que a
sus protagonistas.
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