28 de octubre de 2015

Limerencia


La aurora venía acompañada por un frío que cortaba el alma, arrastrando consigo una multitud de colores iridiscentes que hacían retroceder al tiempo; después el techo se volvía amarillo, enfermo. Rasgaba un sobrecito de azúcar y vertía el contenido en la taza, y mientras removía, leía lo que llevaba impreso, esas frases de todos, de nadie; mi dosis diaria de sabiduría callejera. Escuchaba el canto de los pájaros escondidos en las débiles y raquíticas ramas de los árboles, cansados de sostenerse, de aguantarse y soportarse a sí mismos.

Había llovido y había multitud de hojas caídas, arrancadas, esparcidas por todas partes; por la acera, sobre el asfalto y las mesas metálicas de las terrazas, y eran también amarillas, pero no por estar enfermas. Veía vidas enteras pasando ante mis narices, y solo quería alargar la mano y tocar una de ellas, pero enseguida volaban fugaces, huían y se desvanecían, protegiéndose; para evitar quedar ciegas.

Lluvias ácidas, ombligos centrifugando, botellas que contenían la fragancia olvidada de la paz y la calma; cualquier cosa se buscaba y se encontraba, y se atesoraba. ¿Cómo almacenar una caricia para volverla inmarcesible? ¿Cómo recuperar de un futuro quebrado y dividido un beso que irradia autenticidad? Los imposibles, las manchas resecas de la luz lunar en una chaqueta que ha respirado demasiadas noches, el barro en unas botas raídas que han desandado demasiados caminos, tras un par de giros y volteretas; equivocaciones, cientos de baches. ¿Cómo exterminar a un árbol cuando sus raíces llegan hasta lo más profundo de la Tierra, al núcleo y a la esencia, habiendo sorteado lo desconocido, y han arraigado en océanos de veneno incurable? Simplemente, no se puede. Camina abrazando esa emoción, ese sentimiento, hasta que mueras, o hasta que muera en ti, si eres capaz de aguantar el tirón.

El café me acelera y la taquicardia me invade, me oxigena. Libero mis células, las dejo ir, permitiéndoles que se lleven consigo los latidos de unas bombas que no estallarán en mí, sino a mi alrededor, en el espacio. Así prefiero esquivar las palabras, que son cuchillos, las preguntas que eran para el genio, derrochando los tres deseos vitales, esas que indagan en la mentira, que queman la energía, que saturan el depósito y acaban con los caminos, que abrasan el futuro.

Recorro las calles, me cobijo en los portales, me observan; me miran desde el suelo, calándome hasta los huesos. Combato el frío y el viento, que me lleva hasta donde no quiero ir, para no ser arrastrado. No queda un solo ojo de justicia, la balanza está oxidada, destrozada por el peso  de las nimiedades, y lo auténtico se esconde ahora de los buscadores. Se engañan, todos ellos, y no queda un solo par de oídos inocentes, no queda una sola boca que aun pueda besar con veracidad y tocarnos con el canto que nos susurraba hace tanto, de forma dulce y cálida; aquel que nos narraba los cuentos y los hacía verdaderos.

No hay desenlaces, no esta vez, ni nunca más; la lumbre ha sido vaciada, las cenizas de la resurrección han caído en las oscuras profundidades oceánicas. Pero queda aquello que nos mueve, que nos impulsa, que nos hace cosquillas y nos saca de las pesadillas. Hay decenas de páginas desparramadas por la mesa, por la cama, por todas partes. Blancas todas ellas, vírgenes; las sucias fueron juntadas y ocultadas, pero aun así vive todo aquello todavía; la furia, el miedo, el amor, los pecados, toda la amalgama de esencias que eclosionaron y se fusionaron en una sola, la nueva estrella que brilla oculta, tras la cegadora luz de la lámpara, la que no deja ver más allá del enfermo amarillo.

Pero un día descubres que no estás enfermo, que es la esperanza descolorida, que ha perdido su tinte, pero que todavía vive. Permanece la perla, la única, la primera, que sobrevivió a la tempestad; solo esa y ninguna más. El resto es caos, el resto es nada… ¡Que brille, que viva! Pues alberga el mensaje oculto, cifrado y enterrado en el bosque, donde arde la última hoguera, y tal vez algún día el mismo fuego nos caliente, nos dé calor y nos pinte de rojo. Desde luego vagaremos para encontrarnos, y si no lo hacemos, seguro que hallaremos las cenizas hundidas en otros mundos. Sin duda hallaremos el futuro en nuestra búsqueda, pues es el que siempre vendrá a nuestro encuentro, y aguardaremos al tenue halo que rodee al alma perdida, porque todo lo que hicimos, todas las sonrisas que producimos, volverán con la perla y nos harán emerger; solo están perdidas, esas sonrisas, escondidas tras la primera pared, cercanas, al torcer la esquina, y tarde o temprano, aquí o en otro lugar, nos miraremos por primera vez. 

21 de octubre de 2015

Enredados bajo las sábanas


Los momentos que pasamos juntos, que son horas convertidas en minutos eternos, son los que hacen crujir las barreras de cristal, que nos encierran, que dan sentido a todo y albergan el tiempo. Las miradas que me diriges, esas cargadas de dulzura y cariño, de fuego, son las que dan cuerda a mi corazón. Pienso en nuestros abrazos cuando nos damos calor y aislamiento, esos que nos separan del resto y hacen que la lluvia sea cálida de pronto. Y también pienso en cuando nos besamos, en cuando lo hicimos por primera vez y dejé de tener miedo a la muerte y olvidé quién era y dónde estaba; nuestros besos, y todo cuanto ha acontecido entre ellos.

Suena la última canción, una con notas de valentía, una oda al amor repentino y más puro y sincero, escrita en una libreta de hojas cuadriculadas, con los recuerdos al fondo y las fotografías de la noche reflejadas en el espejo, y tu perfume en todas partes, impregnado en cada uno de los libros; tu fragancia cargando de tinta la pluma con la que escribo estas líneas.

Los ecos del verano que se ha ido resuenan aún en nuestras pieles ardientes, cuando se rozan y nace la chispa; y las hojas caídas del otoño pintan el sonido de las nuevas mareas, frías, verdosas, y cargadas de fuerza renovada, de pasión sanadora, cuando esbozan las costuras de un nuevo mundo cuya huella ha sido dejada en la arena.

Pienso mucho en la cama, en las camas que nos han albergado, en cómo nos perdemos en cada una de ellas; pienso en las veces que nos hemos encontrado verdaderamente enredados bajo las sábanas. Porque con cada polvo que echábamos nacía una nueva estrella. Cada arañazo que me dejabas en la espalda era una nueva arteria que transportaba sangre nueva a mi alma sedienta. Cuando te miraba pintabas mi mundo, y creía que el cielo y el mar eran verdes y no azules, y cada vez que te ibas, que te perdías, desdibujabas mi realidad, y las escaleras de mi edificio no conducían ya a mi piso sino al abismo.

Cuando luchábamos bajo las sábanas despertábamos en otro lugar en que la cama había ardido y la tristeza solo era un sueño olvidado, una remota pesadilla. Cada noche brillaba un sol que solo a nosotros nos iluminaba, y se apagaba cada vez que soplabas las velas y te ibas de mi lado; suerte que siempre volvías con tu fuego y tu escondida pasión y las derretías de nuevo. Era algo que necesitaba, que necesito; porque tus curvas son la arquitectura que estudio para edificar los pilares que sostienen mi mundo, uno que se derrumbaría con tu ausencia.

Porque si sigues queriéndome bajo las sábanas, a tu lado, durante incontables noches más, el mundo de arriba seguirá intacto, siguiendo su habitual curso, pero el de abajo, el de nuestro interior, girará más deprisa que nunca, tanto que perderemos de vista la razón y la lógica; tanto que podremos seguir obviando los problemas y continuar deshaciendo la cama. 

12 de octubre de 2015

True Detective: Crítica / Comparativa


Es bien conocida la gran polémica que ha levantado en todo el mundo la esperada segunda temporada de True Detective, así que, hablemos de ello. Quise hacer esta comparativa hace mucho, y quizá no lo he hecho hasta ahora porque todavía estaba digiriendo esos novedosos ocho capítulos. Muchos han dicho que, al ser dos temporadas completamente distintas, no puede haber comparativa. Cierto, no comparten ni trama, ni personajes, ni localizaciones ni nada –ni tampoco director ni director de fotografía–, solo el creativo y máximo responsable, Nic Pizzolato, sobre quien recaía toda la presión a la hora de abordar esta segunda temporada, y a la hora de tratar de superar una obra que él mismo –junto a todos los integrantes del equipo artístico–técnico, claro está– logró llevar a lo más alto. Pues bueno, para aquellos que se empeñan en que ambos productos, porque al fin y al cabo son esto, no se pueden comparar, les digo que se equivocan. En cuestión de calidad se pueden comparar, por ejemplo, series como Entourage y Breaking Bad, que absolutamente nada tienen que ver, porque es así, hablamos de la calidad de un producto, de cuál es mejor que el otro a nivel global, dejando a un lado las pequeñeces y las especificaciones de cualquier tipo. Pues eso, que en contra de la voluntad de muchos, allá vamos.

Como venía diciendo al principio, la oleada de rechazos que ha levantado esta temporada, sobretodo en Estados Unidos, es algo que yo al menos no había visto nunca; o nunca había seguido tan de cerca. Multitud de carteles pegados a las farolas en los que, en resumidas cuentas, se planteaba la siguiente pregunta: ¿Qué coño está pasando con esta temporada?, porque así era, nadie entendía nada. Personalmente debo admitir que tenía ciertas expectativas, craso error, aunque me fue inevitable exterminarlas, pero bueno, sabía que me enfrentaba a algo completamente nuevo, y tenía la mente abierta y preparada para ello. Y aun así mi primera reacción al ver por primera vez el opening fue, “¿Qué coño es esto?”, pues la canción escogida para la pieza, a la que se le acaba cogiendo cierto gustillo, me pareció una buena cagada. Una voz grave con cuatro ruidos de fondo y poco más. Que sí, que la letra está muy bien y puede encajar y todo eso, pero no. Visualmente me volvió a parecer espléndido, como el de la primera temporada, aunque ese tema de The Handsome Family, junto a las imágenes, creó algo único.

Entrando ya en los capítulos… El primero de ellos me dejó una sensación un tanto extraña, pero en líneas generales me gustó, y bastante. El segundo mantuvo mi expectación, y cuando visioné el tercero me derrumbé, al igual que lo hizo la propia serie. Todos conocen esas interminables series anime en las que suele haber rachas de episodios de relleno, pero oye, no pasa nada, tendremos otros 500 capítulos por delante, y si metemos 20 para amenizar una espera, pues tampoco es tan grave. Pero al ver ese tercer capítulo y parecerme completamente de relleno, me fue inevitable pensar que, contando con tan solo ocho episodios para contar una historia, no puedes permitirte ni siquiera 20 minutos de relleno, pues se te va el tiempo, y lentamente te vas atando la soga al cuello; cada minuto es oro. El cuarto no estuvo mal; la serie logró levantarse brevemente –mención especial a la última escena, la del tiroteo, que me pareció soberbia–. El realismo de las interpretaciones y las reacciones de los personajes al verse inmersos en tal barbarie fueron magnificas. A partir de ese punto, y en mi opinión, la serie logró mantener el nivel –un nivel bajísimo en comparación con la anterior temporada, le pese a quien le pese–, y comenzó a crecer en mi cabeza una idea que empezó a gestarse ya en el tercer capítulo, y que en nada se alejó de la realidad: la temporada era mala, bastante mala podríamos decir, pero pasaría algo grande al final, algo que tal vez trataría de salvar el fiasco general que representaba; y llegado el sexto capítulo me di cuenta de que muy probablemente era entonces cuando ocurría el tardío milagro. Y ahí vinieron los dos últimos capítulos, magistrales –recuerdo que viendo el último, de hora y media de duración, pensé que se me iba a salir el corazón del pecho, y trataba de remediarlo agarrándome con fuerza y sudor de los reposabrazos de mi silla de escritorio–. Una despedida impresionante, un último capítulo que, de haber sido una película de unas dos horas, añadiéndole un resumen de la trama dispersa e insulsa de la que hizo gala la temporada, hubiera dado como resultado un thriller de un altísimo nivel. Pero bueno, este milagro no logró, ni por asomo, salvar la serie, pues era ya demasiado tarde, muy tarde, y ni aunque el mismísimo Cohle hubiera aparecido chupando con fuerza de un pitillo, con una Lone Star en la mano, y soltando soliloquios acerca de la psicoesfera y del eterno retorno, podría haber salvado semejante patinazo. Y ojo, no digo que la serie sea una mierda, porque perfectamente se le podría encasquetar una calificación de 7/10, que no está nada mal; solo digo que es un palmazo respecto a su predecesora, que en caso de darle un 7 a esta segunda debería llevarse un rotundo 10, y porque no existe calificación más elevada.

En fin, creo que nadie sabe qué diablos se le pasó a Nic por la cabeza, porque dejó bien claro que sabe llevar una serie de semejante calibre, y ha demostrado sobradamente su talento como escritor, pero se ve que en esta ocasión, a pesar de querer mantenerse tan centrado como él mismo aseguró, se le fue la pinza. Y en cuanto a lo de escribir, quien quiera más pruebas solo tiene que hacerse con un ejemplar de Galveston, la novela negra que parió y dejó a la crítica sorprendida, y que hace gala de una narración, una atmósfera y una historia –sin ser nada innovador– increíbles, con una trama sencilla y apenas un par de personajes. Un noir a la altura de los grandes, y quizá lo logró por esa sencillez que se pierde en la segunda temporada, que se complica porque sí y hace que la cabeza te dé vueltas y vueltas hasta quedar atontado y sin saber muy bien qué estás viendo.

A parte de esto, es bien sabido que el hecho de que Nic tuviera roces por temas de ego con Fukunaga y éste no volviera a dirigir los episodios, fue también algo que hizo menguar la calidad de la serie, pero supongo que solo es uno de tantos factores. En cuanto a fotografía, pese a no contar con el mismo director, el estilo es bastante similar y mantiene un alto nivel; chapó a esa ambientación tan bien lograda en muchas escenas, y lo trabajada que está en la atmósfera que se respira en el bar de mala muerte en que Ray y Frank mantenían sus conversaciones. Y ya que salen a la luz los personajes, debo decir que no entiendo a muchos que echaban por tierra la interpretación de Farrel y ensalzaban la de McAdams, cuando a mí me pareció que debería ser al revés, si bien es cierto que Rachel, a medida que avanza la serie, crece y crece hasta lograr un resultado muy bueno, aunque para mi gusto empezó desaliñada e interpretando un papel que no me creía en absoluto. De Vince Vaughn creo que todos opinan de modo similar, así que nos lo podemos ahorrar, y Kitsch interpreta a un personaje tan abstraído y jodido psicológicamente que apenas tiene ocasión de lucirse, lo cual se dijo también en su día de Ryan Gosling en Drive, pero vamos, éste último se marcó el papel de su carrera en una película impresionante, y el otro… También hubo mucha gente que despotricó sobre lo inverosímil del personaje de Rust Cohle y los parrafazos que soltaba, por ser incoherentes e irreales. Sinceramente, si el personaje está tan perturbado como nos lo muestran, y lo único que hace es darle a la cerveza mala, leer libros de crímenes, quedarse encerrado y obsesionarse con los casos, veo muy lógico que hable de ese modo y que haga gala de ese pensamiento y esa filosofía. Y estos que se quejaban de esto, alababan los diálogos “profundos” de la segunda temporada, cuando sí veo totalmente inverosímil que un personaje muchísimo más plano y corriente como Velcoro suelte una “filosofada” porque sí, lo cual chirría y te saca de la historia; aunque personalmente me gustaba esa faceta de Ray, y soy uno de los que la apoyan –al igual que la de Cohle.

Valientes aquellos que han salido a defender esta segunda temporada, y aunque no cuenten con mi apoyo, sí con mi total respeto. A los que la sitúan por encima de su predecesora, ni siquiera cuentan con mi entendimiento, porque no es una mala serie –tomándola por separado–, pero no hay color a ningún nivel, y para ello basta, además de leer a la crítica, que ha dejado bien clara su postura, dirigirse por ejemplo a sitios como FilmAffinity, en que ha obtenido, esta segunda, una nota por el momento de 6’8 (nota de una serie mediocre) y en que la primera queda con un 8’5 (nota de una serie que ha hecho historia). Interpretaciones, personajes, guión, narración, trama, historia… hagamos las divisiones que queramos, pero ninguna de las partes de la segunda supera a las de la primera; ninguna. La sucesora tiene partes muy buenas, sí, pero no al mismo nivel. Creo que, en vez de querer optar por algo diferente, deberían haber seguido una misma línea, ofreciendo un producto distinto como lo es, pero más similar, y no jugársela de ese modo. Dejaron la trama de un asesino en serie, las decenas de influencias y referencias literarias, la asfixiante sensación de que algo más que los hombres actuaba en contra de los protagonistas, de que los detectives se enfrentaban a algo que los superaba, algo que hasta parecía paranormal, y optaron por una trama más policíaca con tintes políticos, algo que muchos tildaron como una combinación fallida entre The Wire y House of Cards. Porque ni es como una novela noir excelente, como la han llamado, ni nada, porque esto no es literatura, es cinematografía.


En definitiva, no tengo ni idea de cuál ha sido la audiencia de esta segunda temporada en su tierra natal, ni me importa, pero sí es seguro que a Nic le apretarán las tuercas en HBO para la próxima arremetida, que espero que la haya, y debo decir que sigo creyendo en su talento y en que volverá a hacer grandes cosas, porque True Detective sigue siendo algo diferente y especial. 

9 de octubre de 2015

La Diosa del Fuego



Bajábamos corriendo la ladera, casi rodando, tan solo temiendo llegar abajo después del otro, nada más. Ningún otro pensamiento, como una posible caída, ocupaba nuestras mentes; no en aquel día. Llegaba hasta nosotros el embriagador perfume de los sueños que el viento nos regalaba en cada fresco soplo. El sol se reflejaba en cada partícula de hierba; quizá fuera algo paradisíaco aquello. Pero es que nada más importaba en días y lugares como aquel, alejados del bullicio y de cualquier perturbación que pudiese arrastrar.

Había estado muy enfermo días atrás, pero ahora me sentía fresco como una flor pura y salvaje. Había pasado de sentir las frías manos de la muerte agarrando inexorables mi fino cuello, a notar el cálido tacto de un dios bondadoso meciéndome a través del aire. Estaba feliz por ello, y ella lo notaba y se empapaba de mi sensación. Puede que en realidad fuera un sueño, o hubiera muerto de una terrible y sudorosa fiebre, pero me daba completamente igual. Cuando se alcanzaba un nivel etéreo como aquel, todo lo demás era irrelevante, y solo importaban las pequeñas cosas que me rodeaban; además no estaba solo. ¿Cómo te sientes?, le pregunté. Liviana, fue lo único que respondió, y fue suficiente, porque lo comprendía; lo sentía, podía olerlo en los colores de aquella ladera que descendía y descendía hasta el cielo. Tenía que ser verano.

Pájaros cantaban en las alturas las alabanzas de miles de siglos de historia del universo. Vi a lo lejos, abajo del todo, en lo profundo de la ladera, una voz dulce que cantaba nuestros nombres tan estridentemente que mis oídos se quejaban por exceso de placer ante su canto. Pensé que era una estrella que nos llamaba desde lo profundo de la tierra. Tenía solo quince años, y mis mundos con facilidad se materializaban ante mis ojos. Si ella me besara tal vez despertaría de esa feliz y perturbadora irrealidad que me embriagaba, porque no podía ser otra cosa que un frustrado sueño que se me aparecía en coloridas y utópicas imágenes, distorsiones de un mundo que jamás alcanzaríamos en vida. Cuando llegamos abajo resbalé y rodé por la hierba mojada, que acariciaba mi cuerpo entumecido por el trance. Ella cayó sobre mí y sonrió de tal manera que abrasó mis pestañas cuando la miré, e hizo que mi corazón palpitara muy fuertemente, emitiendo un estruendo propio de los enfurecidos cielos de tormenta. Música venía de todas partes; de las piedras y los árboles y las nubes rojas. Nos levantamos y caminamos hasta un brillante riachuelo que emitía gases casi corpóreos que parecía que nos hablaban. Nos sentamos a contemplar su curso, agazapados entre dos rocas planas en cuyas superficies parecían estar grabadas las claves para comprender los cimientos de la civilización, los secretos de los hombres que allí se posaron en otros mundos, pero estaban en la arcaica lengua de los seres incorpóreos que nos precedieron. Quise encender un fuego para cuando llegara la oscura noche, así que la dejé allí pensando en el curso de la vida y me aventuré en un bosque cercano para buscar leña. Regresé a la hora con un buen montón de troncos en mis enclenques brazos, y eran oro, pues había combatido con osos, pumas y fantasmas para hacerme con ellos, pero alumbrarían la chispa del sol que nacería a la mañana siguiente tras las montañas, y eso era algo valioso y hermoso.

Volví al río y era plateado, y ella no estaba ya, y pensé que quizá se hubiera zambullido y fundido con él y por eso las aguas eran ahora tan bellas y puras, pero aquello no dejaba de ser incoherente para mí por mucho que lo rumiara, por lo que pensé que se habría perdido al tratar de localizarme. Tenía que encender un fuego, a poder ser de decenas de metros de altura, uno que rozara los cielos, para que ella pudiera atisbarlo desde la lejanía y lograra regresar a la calidez del hogar.

Creo que lo hice con tanta rapidez que el fuego prendió con tal fuerza que llegó a asustarme. Quizá fuera el ansia de mi corazón lo que empujara las llamas con tan sorprendente bravura. Esperé paciente, viendo el crepitar de aquellas llamas gigantescas que sería visibles a cientos de kilómetros de distancia y que, sumadas a mi desesperación, tan solo querían ascender y hacer arder las alturas. Pero no podía simplemente quedarme allí, no con la noche ya presente, densa y oscura, que me rodeaba implacable. Podía estar en cualquier parte, perdida y asustada, enfrentándose a algún mal antiguo enterrado en la memoria de los hombres, o siendo acechada por los fantasmas que se esconden de la luz del sol. Tenía que ir a buscarla, sacarla de allí, de aquel lugar exterior. Era mi realidad, era mi sueño; era mi todo, y no podía perderla.

Renuncié a todo; a la seguridad de la luz, al calor de las llamas, a la protección del hogar, y corrí tanto como me permitieron las piernas. La ladera había quedado atrás, no resplandecía ya en aquella noche eterna, y supe que solo ella podía hacer que la hierba fuera tan verde de nuevo y que los ríos fluyeran en la dirección correcta; porque solo ella tenía las claves, solo ella comprendía los antiguos grabados, y solo ella reinaba en mi mundo. Sin ella, todo carecería de sentido para siempre, y tal vez al perderse haría que yo me perdiera y solo diera tumbos en un imposible intento por regresar a la luz. Había multitud de peligros en aquella negrura, podía olerlos y percibirlos. Las ramas de los árboles torcidos me arañaban con cada paso que daba, mientras me internaba en un bosque pútrido y malvado. No había sombras allí ni luna que las proyectara, solo oscuro vacío, y tenía que ver con las manos, pues los ojos se negaban a observar lo que moraba más allá; era algo que, simplemente, no se atrevían a registrar en las retinas.

Entonces escuché un sonido, una suave voz que no supe si era un grito o un canto, pero logró que todo mi cuerpo se electrificara; una chispa recorrió mi espina dorsal e hizo que me girara, y vi que allá a lo lejos las llamas ardían más intensamente que nunca, quemando las tinieblas de su alrededor, que se transformaron en un denso flujo que adoptaba formas macabras, retrocediendo ante la bravura del fuego, alimentado por algún tipo de combustible superior. Regresé sobre mis pasos a toda velocidad, sin importar cuantos arañazos recibiera mi piel enferma o que pudiera tropezar y caer, pues sabía que ya no me perdería, y de algún modo inexplicable, sabía que era ella. Volví hasta el claro, junto al río plateado, donde ardía la hoguera que era ahora una torre que ascendía en espiral hacia la luna, una que solo brillaba allí, dando vida a aquella bendecida parcela.

Y allí lo vi todo, tan inexplicable como real. No había ya un río plateado, sino un vacío que dejaba al descubierto los tesoros que habían permanecido hundidos durante milenios. El agua había sido absorbida, y se habían abierto los caminos que conducían a las maravillas ocultas. Y ella estaba allí, esperándome, en el centro de las llamas, en el interior del fuego, rodeada, y era parte de aquella hoguera ahora, porque ella era el hogar. No era ya una chiquilla, sino una hermosísima mujer. El tiempo le había dado toda la belleza que algún día habría tenido que robarle, dotando a su rostro del aspecto propio de la inmortalidad, del colapso de los relojes, y había purificado cada centímetro de su piel. Sus ojos color avellana brillaban y ardían como toda ella, y su sonrisa aumentaba la bravura de las llamas que la contenían. Era algo superior, la reina de la luz y la diosa del fuego, y este era uno bueno que creaba, que no destruía, y al acercarme sentí la calidez de la protección eterna. Me introduje en la hoguera junto a ella, sin quemarme, y sintiendo cómo todo mi cuerpo se iba llenando de su bondad, por cada poro de mi ser, y supe que nunca más volvería a padecer enfermedad ni mal alguno, que nunca más me invadiría la tristeza, y que podríamos rodar ladera abajo cada día de nuestras vidas. Me faltaba la sabiduría de los años para poder identificar si aquello era un sueño, si era la felicidad o el amor que tantos han buscado, perdiéndose en el camino, pero fuera lo que fuera, yo lo había encontrado y nunca lo dejaría escapar, y teníamos toda la eternidad para averiguar qué era lo que nos elevaba y nos empujaba hacia arriba.

5 de octubre de 2015

Arde el Cielo


Habíamos ido a morir a aquel lugar, y allí mismo lo harían nuestros problemas y nuestras almas para poder renacer solo al día siguiente, cuando todo pecado cometido bajo la luna no fuera más que un recuerdo pesado y presente en nuestros cuerpos y nuestras mentes, y únicamente formara ya parte del inexistente pasado. Hasta entonces, durante unas horas, el futuro era aún incierto y éramos libres, capaces de volar bien alto y hacer grandes cosas. Estábamos embutidos en un espacio ajeno al mundo real en que la vida se había detenido por completo, hasta que arrancara de golpe con un nuevo despertar.

Y así era como funcionaban las cosas, en aquel lugar y aquel momento, donde todo terminaba, o quizá comenzara, sin grandes fuegos en las alturas, sin que las manecillas del reloj se detuvieran, sin ningún predicador que lo anunciara al viento. No habría ningún elemento atronador, pero sin embargo sí habría un efecto devastador; que tal vez no fuera inmediato, que quizá no brillara demasiado, pero de un modo u otro significaría un cambio tan grande que tardaría en ser asimilado. Caminos, caídas y arte, porque a eso se remontaba todo, y en aquel lugar y aquel momento nada más importaba salvo lo que se había encontrado en las miles de caídas, durante el recorrido, expresado a través del arte, a través de él y sobre él y en el caos que albergaba la búsqueda de la belleza. Ya éramos libres, y me recordé a mí mismo momentos antes de la salida, en mi habitación, cuando lo único que escuchaba era el repiqueteo de la lluvia golpeando la persiana bajada, una gota aquí y otra allá, dispersas y lejanas entre sí, cogiendo fuerza poco a poco y convirtiéndose en algo más grande, sonoro y presente en la tranquila noche. Lloraban los cielos anaranjados, envenenados por la contaminación lumínica, volviéndose opacos y resguardándonos del mortal espacio exterior, aquel que nos asfixiaría y abrasaría sin piedad si no existiera esa fina capa protectora a la que incluso asociábamos cualidades paradisíacas; esa fina capa que nos ocultaba las perlas a las que aspirábamos y que nunca alcanzaríamos.

Porque entonces, permaneciendo resguardado en esa habitación cerrada, imaginaba lo que llegaría después, el momento en que atravesaríamos la membrana y entraríamos en ese espacio nulo, de estática permanencia, en ese limbo en el que estaríamos durante horas, o durante años, o en el que viviríamos infinidad de cíclicas vidas hasta que lográramos hacer algo único, algo que solo se diera en un tiempo y un lugar, y que como un puñal atravesara todos los universos, rasgándolos, creando un camino en una dimensión inexistente que nos permitiera cruzarlos, y solo así podríamos salir por fin del círculo, hacia arriba, siempre hacía arriba –pues ya sabíamos qué moraba abajo– de forma ininterrumpida, hasta que llegáramos al cielo, y entonces nos quemáramos, o lo abrasáramos, o ardiéramos junto a él. Y en aquel lugar en que ya seríamos libres, donde habíamos ido a morir, naceríamos, y el viaje terminaría al fin.