28 de octubre de 2015

Limerencia


La aurora venía acompañada por un frío que cortaba el alma, arrastrando consigo una multitud de colores iridiscentes que hacían retroceder al tiempo; después el techo se volvía amarillo, enfermo. Rasgaba un sobrecito de azúcar y vertía el contenido en la taza, y mientras removía, leía lo que llevaba impreso, esas frases de todos, de nadie; mi dosis diaria de sabiduría callejera. Escuchaba el canto de los pájaros escondidos en las débiles y raquíticas ramas de los árboles, cansados de sostenerse, de aguantarse y soportarse a sí mismos.

Había llovido y había multitud de hojas caídas, arrancadas, esparcidas por todas partes; por la acera, sobre el asfalto y las mesas metálicas de las terrazas, y eran también amarillas, pero no por estar enfermas. Veía vidas enteras pasando ante mis narices, y solo quería alargar la mano y tocar una de ellas, pero enseguida volaban fugaces, huían y se desvanecían, protegiéndose; para evitar quedar ciegas.

Lluvias ácidas, ombligos centrifugando, botellas que contenían la fragancia olvidada de la paz y la calma; cualquier cosa se buscaba y se encontraba, y se atesoraba. ¿Cómo almacenar una caricia para volverla inmarcesible? ¿Cómo recuperar de un futuro quebrado y dividido un beso que irradia autenticidad? Los imposibles, las manchas resecas de la luz lunar en una chaqueta que ha respirado demasiadas noches, el barro en unas botas raídas que han desandado demasiados caminos, tras un par de giros y volteretas; equivocaciones, cientos de baches. ¿Cómo exterminar a un árbol cuando sus raíces llegan hasta lo más profundo de la Tierra, al núcleo y a la esencia, habiendo sorteado lo desconocido, y han arraigado en océanos de veneno incurable? Simplemente, no se puede. Camina abrazando esa emoción, ese sentimiento, hasta que mueras, o hasta que muera en ti, si eres capaz de aguantar el tirón.

El café me acelera y la taquicardia me invade, me oxigena. Libero mis células, las dejo ir, permitiéndoles que se lleven consigo los latidos de unas bombas que no estallarán en mí, sino a mi alrededor, en el espacio. Así prefiero esquivar las palabras, que son cuchillos, las preguntas que eran para el genio, derrochando los tres deseos vitales, esas que indagan en la mentira, que queman la energía, que saturan el depósito y acaban con los caminos, que abrasan el futuro.

Recorro las calles, me cobijo en los portales, me observan; me miran desde el suelo, calándome hasta los huesos. Combato el frío y el viento, que me lleva hasta donde no quiero ir, para no ser arrastrado. No queda un solo ojo de justicia, la balanza está oxidada, destrozada por el peso  de las nimiedades, y lo auténtico se esconde ahora de los buscadores. Se engañan, todos ellos, y no queda un solo par de oídos inocentes, no queda una sola boca que aun pueda besar con veracidad y tocarnos con el canto que nos susurraba hace tanto, de forma dulce y cálida; aquel que nos narraba los cuentos y los hacía verdaderos.

No hay desenlaces, no esta vez, ni nunca más; la lumbre ha sido vaciada, las cenizas de la resurrección han caído en las oscuras profundidades oceánicas. Pero queda aquello que nos mueve, que nos impulsa, que nos hace cosquillas y nos saca de las pesadillas. Hay decenas de páginas desparramadas por la mesa, por la cama, por todas partes. Blancas todas ellas, vírgenes; las sucias fueron juntadas y ocultadas, pero aun así vive todo aquello todavía; la furia, el miedo, el amor, los pecados, toda la amalgama de esencias que eclosionaron y se fusionaron en una sola, la nueva estrella que brilla oculta, tras la cegadora luz de la lámpara, la que no deja ver más allá del enfermo amarillo.

Pero un día descubres que no estás enfermo, que es la esperanza descolorida, que ha perdido su tinte, pero que todavía vive. Permanece la perla, la única, la primera, que sobrevivió a la tempestad; solo esa y ninguna más. El resto es caos, el resto es nada… ¡Que brille, que viva! Pues alberga el mensaje oculto, cifrado y enterrado en el bosque, donde arde la última hoguera, y tal vez algún día el mismo fuego nos caliente, nos dé calor y nos pinte de rojo. Desde luego vagaremos para encontrarnos, y si no lo hacemos, seguro que hallaremos las cenizas hundidas en otros mundos. Sin duda hallaremos el futuro en nuestra búsqueda, pues es el que siempre vendrá a nuestro encuentro, y aguardaremos al tenue halo que rodee al alma perdida, porque todo lo que hicimos, todas las sonrisas que producimos, volverán con la perla y nos harán emerger; solo están perdidas, esas sonrisas, escondidas tras la primera pared, cercanas, al torcer la esquina, y tarde o temprano, aquí o en otro lugar, nos miraremos por primera vez. 

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