3 de noviembre de 2015

En la Encrucijada


Hoy venía a hablar de un tema muy importante; uno que algunos tienen muy en cuenta, y otros no tanto. Mucho se ha hablado ya de esto, pero hay personas que siguen sin entender ciertos matices, sin comprender su importancia, o puede que algunos simplemente no reflexionen lo suficiente acerca de los puntos que nombraré a continuación. Puede que parezcan inconexos, pero se asemejan. Las decisiones, los puntos de inflexión, las encrucijadas… Todo está relacionado.

Cada decisión, cada maldita elección, por pequeña e insignificante que pueda parecer, puede cambiar de forma radical el futuro de uno, e incluso el de los que están a su alrededor. Puede llamarse efecto mariposa, puede llamarse influencia, eso da igual. El caso es que cada acción crea unas consecuencias, y esto ha de tenerse enormemente en cuenta, pues de lo contrario uno puede verse sorprendido ante una situación que nunca habría esperado, una venida por sus propios actos; las consecuencias es lo que tienen. Hay muchos que pecarán de ser cortos de miras, de poco espabilados; algunos que no sabrán ver que sus acciones acarrearán unas consecuencias que quizá los lleven por el peor camino imaginable, que quizá les cierren las puertas de cuyos mundos consideran vitales, que tal vez arruinen su futuro, o les impidan obtener aquello que más ansiaban, que más amaban en la vida… Sí, es lo jodido y a la vez mágico de los puntos de inflexión, aquellos que acompañan a las decisiones importantes. Porque claro, habrá decisiones cotidianas y banales en la vida –la mayoría serán de esta tipología–, pero habrán otras que tal vez, peligrosamente, se camuflen en las cotidianas cuando en verdad son las más vitales, y puede que ni siquiera nos demos cuenta de ello; ahí radica el riesgo. Por ello, se debe obrar con cautela. Que vida solo hay una, que la vida está para vivirla, que sí, que todos conocemos ese cuento, pero lo cierto es que si no andamos con ojo podemos acabar sin nada, bien hundidos. Porque hay límites, hay fronteras y barreras, por mucho que nos creamos unos vividores amantes de la libertad, por mucho que pensemos que nada ni nadie nos podrá frenar; y una mierda. Cautela. Las cosas se marchitan, se debilitan, se oxidan, se cansan, se mueren; y cuando digo cosas, quiero decir mucho más, creo que se sobreentiende. Aun así son mágicos, los puntos de inflexión, porque son los únicos en esta linealidad de dimensión temporal en que vivimos, que logran cambiar radicalmente las cosas, a nosotros mismos; darnos una vuelta de 180 grados, a nosotros y a nuestra cotidianidad; son esos puntos los que realmente importan, pues pueden cambiarlo todo para siempre; y ahí está el matiz más importante, para siempre. Porque de estos puntos uno no puede regresar, esa es su magia, lo realmente excitante. Es un cambio perpetuo, imborrable; algo a lo que no se le puede dar la vuelta, como al tiempo mismo, que no puede ser variado en su trayectoria.

Y creo, solo creo, que muchos de los miedos de los hombres y mujeres vienen de ese matiz. El no poder volver atrás, el no poder arreglar algo, el no poder corregir un error, el no poder hallar redención ni perdón para un pecado. Por ello, cuando se presenta una encrucijada, una verdadera, el miedo y la duda nos corroen por dentro, nos roen las entrañas, nos queman el cerebro. Porque cuando estás en el centro, entre dos caminos, entre dos mundos, entre lo que sea, debes elegir, por cojones debes elegir, y si te equivocas, si la cagas, no habrá vuelta atrás, no cabrá una posible rectificación. Y claro, el miedo es atronador, pues todos queremos evitar que el arrepentimiento nos acompañe durante el resto de nuestros días.

Pero tampoco quisiera pintar esto tan negro como está pareciendo, no. Lo hermoso de hallarse en una encrucijada es que hay algo entre lo que elegir, y eso, de un modo u otro, siempre es bueno, porque el hecho de que no tuviéramos que hacer una elección, implicaría que no tenemos nada, y ya podemos sentirnos afortunados por tener algo, sea cual sea su índole. Y por si todo lo expuesto sabe a poco, ahí va otra gran verdad: que habrá muchas veces en que, por error de nuestro cerebro, o impulsados por la infinita estupidez humana, lleguemos a pensar que tenemos donde elegir, que hay dos caminos completamente disponibles, abiertos para nosotros –ahora o cualquier día de estos–, y realmente no sea así; realmente solo haya un único camino, y al elegir, en lugar de caminar por una asfaltada y cómoda calzada, nos adentremos en un camino pedregoso, pantanoso, inexistente, que lógicamente solo nos conducirá a la perdición, al Abismo, a perder todo por creer que teníamos más de lo que creíamos. Este es otro punto que también debería rumiar más de uno. Más vale pájaro en mano que ciento volando, pues por ahí van los tiros. Aquí hemos venido a jugar; otra piedra que nos da en la cara y siembra la duda en nuestra mente. Porque se han dicho demasiadas frases, se han dado demasiados consejos; se han tratado de aprender demasiadas lecciones, pero hasta que uno no asume el riesgo en sus carnes, hasta que no se la juega completamente, hasta que no se expone, no tiene ni idea de si lo que tiene delante es un camino, dos, o un camino y un pozo donde solo cabe una terrible caída.

Pues eso, a jugar, o a quedarse en casa embobado, cada uno que elija, cada uno que juegue su mano; cada uno que se exponga a sus propios peligros. Cada uno que entrene su ojo para saber, llegado el momento, si hay encrucijada o no, y en caso de haberla, qué camino es más viable, hermoso y atractivo (o real). 

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