Los
momentos que pasamos juntos, que son horas convertidas en minutos eternos, son los que
hacen crujir las barreras de cristal, que nos encierran, que dan sentido a todo
y albergan el tiempo. Las miradas que me diriges, esas cargadas de dulzura y
cariño, de fuego, son las que dan cuerda a mi corazón. Pienso en nuestros
abrazos cuando nos damos calor y aislamiento, esos que nos separan del resto y
hacen que la lluvia sea cálida de pronto. Y también pienso en cuando nos
besamos, en cuando lo hicimos por primera vez y dejé de tener miedo a la muerte
y olvidé quién era y dónde estaba; nuestros besos, y todo cuanto ha acontecido
entre ellos.
Suena
la última canción, una con notas de valentía, una oda al amor repentino y más
puro y sincero, escrita en una libreta de hojas cuadriculadas, con los
recuerdos al fondo y las fotografías de la noche reflejadas en el espejo, y tu
perfume en todas partes, impregnado en cada uno de los libros; tu fragancia
cargando de tinta la pluma con la que escribo estas líneas.
Los
ecos del verano que se ha ido resuenan aún en nuestras pieles ardientes, cuando
se rozan y nace la chispa; y las hojas caídas del otoño pintan el sonido de las
nuevas mareas, frías, verdosas, y cargadas de fuerza renovada, de pasión
sanadora, cuando esbozan las costuras de un nuevo mundo cuya huella ha sido
dejada en la arena.
Pienso
mucho en la cama, en las camas que nos han albergado, en cómo nos perdemos en
cada una de ellas; pienso en las veces que nos hemos encontrado verdaderamente
enredados bajo las sábanas. Porque con cada polvo que echábamos nacía una nueva
estrella. Cada arañazo que me dejabas en la espalda era una nueva arteria que
transportaba sangre nueva a mi alma sedienta. Cuando te miraba pintabas mi
mundo, y creía que el cielo y el mar eran verdes y no azules, y cada vez que te
ibas, que te perdías, desdibujabas mi realidad, y las escaleras de mi edificio
no conducían ya a mi piso sino al abismo.
Cuando
luchábamos bajo las sábanas despertábamos en otro lugar en que la cama había
ardido y la tristeza solo era un sueño olvidado, una remota pesadilla. Cada
noche brillaba un sol que solo a nosotros nos iluminaba, y se apagaba cada vez
que soplabas las velas y te ibas de mi lado; suerte que siempre volvías con tu
fuego y tu escondida pasión y las derretías de nuevo. Era algo que necesitaba,
que necesito; porque tus curvas son la arquitectura que estudio para edificar
los pilares que sostienen mi mundo, uno que se derrumbaría con tu ausencia.
Porque si sigues queriéndome bajo las sábanas, a tu lado, durante incontables noches más, el mundo de arriba seguirá intacto, siguiendo su habitual curso, pero el de abajo, el de nuestro interior, girará más deprisa que nunca, tanto que perderemos de vista la razón y la lógica; tanto que podremos seguir obviando los problemas y continuar deshaciendo la cama.
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