15 de marzo de 2017

De whisky e ibuprofeno
























Este iba a ser un texto sobre el silencio, algún tipo de silencio; al menos era la idea original, pero solo puedo pensar en el ruido cuando el dolor de muelas me está taladrando la maldita cabeza y cuando todavía permanece el regusto del whisky –los muchos– que ingerí anoche; así es como te recibe Valencia en Fallas: un puñetazo en la cara y otro en el hígado, pero ambos revestidos de fuegos artificiales. No sé si es lo más indicado para un martes noche, pero como decimos aquí, estamos en una ciudad sin ley, nos da igual todo y tenemos carta blanca una semana. Puede que, al final, esto no acabe siendo sino un texto aleccionador a lo Trainspotting, pero bueno, allá vamos.

Puedes elegir, o no, el silencio, una espera que te compense en varias ciudades a la vez, que camine junto a tu soledad y tu sombra, siguiéndote por las calles adoquinadas atestadas de llamativas luces de neón, de incentivos a pecados morales y de viajes sin retorno a casas ajenas a las que no sabrás cómo habías llegado. Piérdete mientras ese silencio te martillea las sienes y marca el ritmo de tus días, el humo de tus cigarrillos, el sabor de tus tragos. Vuelve a enviar cartas para recuperar la esencia perdida del romanticismo y luchar contra la era tecnológica. Piérdete en los viajes de carretera, en los restaurantes en medio de la nada, en los campos de Castilla en busca de la estela del Quijote. Practica la escritura de resaca, la doctrina del paseante, el estilo de vida del pseudovagabundo y después escribe para algún día, en algún lugar, contárselo a tus nietos. Móntate en un vaso de tequila un lunes y aterriza en cualquier antro de perdición un viernes, o un sábado, y pregúntate dónde estará. Libera un poco de caos, dale un empujoncito a la pequeña esfera que rodará colina a bajo y, como una bola de nieve, al llegar al valle será una dura roca de tamaño inconmensurable que aplaste a todos tus enemigos. Crea tu propia odisea, tu propia historia preñada de locura y sueños utópicos, y lucha por alcanzarlos. Toma un zumo de naranja cada mañana, vitamina en vena, un buen café y vuelve a perder la cabeza, patea las calles en busca de antiguas amantes, de lo que fueron los ecos de tu pasado, y atrápalos, remuévelos e ingiérelos para que amedrenten a esos fantasmas de perniciosas ideas que te susurran al oído. Busca a esas antiguas amistades que no te hacen sentir en casa, sino que son tu casa, porque te vieron elevarte y caer, hundirte y renacer mil veces, y porque les gusta tu lado oscuro casi más que el políticamente correcto. Coquetea con la cazalla, no podrás esquivarla cuando pongas un pie en Valencia, únete a los transeúntes en la Mascletà y vive el ruido, deja que entre en tu cuerpo y forme parte de tu alma para siempre. Espera con ansia el castillo del día 18 y, por una vez, busca a esa persona especial con la que quieres levantar la vista a los cielos y verlos arder en armoniosa sintonía. Que se joda el pasado, dedícate a vivir y no a revivir, a continuar atrapado en esa nebulosa que ya ni comprendes, que no es más que una atronadora algarabía que solo te devuelve denso silencio. Que se joda, y jode más y piensa menos, que ese navío no te llevará a ningún puerto deseable. 

Al final has conseguido barrer ese incómodo silencio con tanto ruido plagado de etílico erotismo. Si ya lo decían en la película: Elige vida, elige tu futuro. Pero elige esa liberación prohibida, ese romanticismo del que la contemporaneidad reniega, plásmalo y elige whisky una y otra vez para endulzar tus noches. Escritura de resaca. Martillea la muela en un dolor que se expande. Intenta dormir unas horas mientras escuchas vomitar al tipo que duerme en la habitación de al lado, preguntándote si el otro lado de la cama seguirá vacío la próxima noche, en la que todo vuelva a empezar de nuevo. Elige whisky, elige ibuprofeno, y no te detengas. 



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