23 de abril de 2017

Cuando ella se cansó


Llegó un día en que se cansó, un buen día en que se hartó de toda la mierda, se enfundó en sus pantalones rotos, en sus zapatillas con siglos de historia, se alborotó más todavía el pelo y pegó un portazo de la hostia al salir. Sí, así fue, y no se pudo más que aplaudir desde la ventana, viéndola marchar, tomando las calles paso a paso, hacia un mundo que le pertenecía. 

Había colapsado, demasiado veneno en su cabeza, pero la sonrisa que exhibía era de un triunfo atronador. No había un solo transeúnte que no se la quedara mirando al pasar, pues con la seguridad que exudaba evidenciaba esa victoria que la propulsaba. Después de todas las noches pasadas a la intemperie, de todos los capullos a los que había tenido que aguantar, susurrándole en antros de mala muerte ebrias, incoherentes y trilladas frases mal formuladas en un intento por engatusarla, desconociendo que sería imposible que se la llevaran a la cama, no esa noche, no a ella, no en esta vida, después de todo el hastío, se había liberado. Después de que la invitaran a cerveza floja, a meado de un euro en un vaso sucio, cuando ella anhelaba fuego que la quemara de verdad, un whisky a palo seco o algo más fuerte, una mirada abrasadora y penetrante que la descolocara, cuando solo halló vistazos de soslayo que pretendían desnudarla, después de sentirse vacía física y emocionalmente, cuando ningún trago pudo calmar su sed, cuando ningún abrazo era lo suficientemente cálido y ninguna palabra mínimamente inteligente, mandó todo y a todos a tomar por culo y salió escopetada. El último imbécil que la había visto fue el de la ventana, que ni siquiera rozó su ardiente piel ya que, harta ya como estaba, le provocó un gatillazo histórico cuando le hizo saber, con solo mirarlo a los ojos, que lo iba a destrozar, emocionalmente, para siempre. Se acojonó y solo le quedó dejarla pernoctar allí, mientras pensaba que su vida no volvería a ser la misma, que nunca volvería a cruzarse con nadie como ella. 

Al ritmo de Underworld recorre todo ese nuevo y maravilloso día, de arriba abajo, de un extremo al otro y, cuando se cansa de aturdir al sol con sus vaivenes, lo deja descansar y se enlaza a la noche. Nadie osa tocarla, nadie acercársele; todo el ruido y la furia que la envuelven son solo el principio. Pronto eclosionará y se convertirá en el ser superior que siempre llevó dentro, escondido, protegido, al que iba alumbrando lenta y cuidadosamente, para un día dejarlo salir. Es casi el momento, y no esperará más. Demasiado.

Demasiada mierda a sus espaldas, historias que se rompieron antes de comenzar, ilusiones rotas, lágrimas desperdiciadas en gente que no merecía ni un mensaje de despedida. Demasiados sueños que perseguir todavía, y buenas personas por las que realmente luchar hasta desfallecer. Nadie habló nunca de cerrar puertas, pues aquel portazo solo simbolizó la cristalización del filtro que dejaría a toda la mugre donde merecía estar, en el poso de un café rancio. 

El único que se le acerca es aquel que no puede apartarse de su camino, que desfallece en la calle, como un Whitman acabado, cuyo único ápice de color en su vida es la rosa que ella le deja a su lado. Es ese un hombre cansado de esperar un romance, que envejeció aguardando un azul aciano que lo llamara. «No, aquí no se esperan llamadas, aquí se sale a reventar todas las cabinas telefónicas», le dice ella, al pasar a su lado. El viejo poeta, con los ojos vidriosos, mirada transparente, se acerca a la rosa y huele su aroma. Ese rojo revitalizador inundando sus fosas nasales, excitándole el cerebro, dándole una pizca de las fuerzas que la impulsan a ella. Sí, mañana será otro día, cuando salga el sol y cuando todos los idiotas hayan aprendido una lección, se colocará la rosa en la americana e irá a buscar a esa antigua amante, vieja y perdida como él, para que se cuenten todas las historias que no pudieron ser. Al fin será él mismo, en el final.

Al fin es ella misma, en el principio. 

[Imagen: Fabián Pérez]

10 de abril de 2017

El hombre que espera


Que el tiempo ha sido siempre una perturbación para el hombre, un objeto de intenso debate y un tema clave de reflexiones y meditaciones, no es ningún misterio. Es algo contra lo que no se puede luchar, invencible. 

Algo que parece muy contemporáneo –ultracontemporáneo, diría más de uno–, es esperar. Dicho acto que consiste en dejar pasar el tiempo sin hacer nada, solo aguardando a que cualquier cosa suceda. Hay muchos impacientes, muchas personas cuyas ansias les pueden, les superan, y se inquietan y ponen nerviosos ante el arcaico acto del que hablamos. 

Hay que moverse, está claro, ser echado para adelante, como suelen decir, pero por desgracia en demasiadas ocasiones no nos queda más remedio que esperar. Eso es lo que te dicen: espera pacientemente… Como si el que te lo dice hubiera descubierto el secreto de la vida eterna y dispusiera de unas cuantas décadas de sobra para echarlas por la alcantarilla, esperando. ¿Esperar para qué? Pues, obviamente, para casi todo. 

Espera para conocer los resultados de un examen, una prueba o lo que sea. Espera una llamada, un WhatsApp, un correo electrónico, una respuesta a una pregunta, invitación, incitación o comentario cualquiera. Espera a que te llegue el sueldo cuando te has quedado pelado a mediados de mes, espera milagros en lugar de salir a buscarlos. Espera la llegada de las vacaciones, del verano, del día libre a la semana, para después ver cómo se consume con malvada rapidez. Y ya desde la infancia: espera a ser mayor, espera a tener la edad suficiente como para beber, fumar, conducir y entrar a un prostíbulo. Espera para poder votar y aun así ver cómo el país se va por el desagüe. Aprende a esperar, a no desistir ni renunciar, a no provocar un caos tan descontrolado que te sorprenda a ti mismo, fruto de las ansias que te dominan. En el mundo editorial: manda cualquier abominación salida directamente de tu enfermiza mente, sin filtrar ni adecentar, y espera una respuesta pacientemente, que puede tardar meses; la escritura lleva su tiempo, es un proceso lento… Es lo que dicen. ¿pero qué proceso no es lento, hoy en día? Espera para obtener un empleo mal remunerado y luego espera a que te echen para poder cobrar el paro. Espera en las colas del supermercado, del banco, espera a que te atiendan al teléfono, a que se rían de ti al otro lado de la línea, espera a que deje de llover para poder sacar a pasear a los perros sin ducharte prematuramente, espera el estreno de la película que llevas años deseando ver, el nuevo capítulo de esa serie que no te permite despegarte de la pantalla. Espera, espera y espera. 

Visto así, uno llega a pensar que, entre dormir y esperar, se nos van dos tercios de la vida en actos inútiles en los que solo permanecemos, sin realizar acción alguna. Tendríamos que vivir mil años para que las esperas tuvieran algún sentido y merecieran la pena. 

Aquel que posea el gran secreto que se dedique a esperar; el resto deberíamos comenzar a actuar y, al que nos mande esperar, sortearlo y seguir por nuestro camino. Porque lo único que pasa de largo al final, mientras uno espera cualquier chorrada, es la vida, y que se sepa solo tenemos una.