24 de diciembre de 2015

A la carretera


Es algo que pasea a nuestro alrededor, que se mete dentro de muchos a los que conozco, por cada poro de la piel, quizá también en mí mismo; casi lo respiramos.

Es un sentimiento, un ansia, que fácilmente puede verse también como una forma de vida, un estilo y una manera de vivirla, cada uno a su modo, pero todos al unísono, escuchándonos en la distancia que nos separa. Y muchos han hecho referencia a ello, lo han dicho y predicado, carretera y manta, y adiós muy buenas. Tal vez se diga porque se quiere huir, de alguien, de algo; de un pasado quebrado, de un posible futuro vacío, de un presente asfixiante. Veo diariamente esas ansias de liberación, de perderse, en los ojos de decenas de personas. Se sienten atrapados, viviendo sus cíclicas rutinas carentes de sentido o realización personal, sin vías de escape ni puntos de fuga; todo plano y sin relieve ni textura alguna.

Escucho demasiado cómo esas gentes aborrecen la presión que el mundo ejerce sobre ello, las obligaciones que permiten la manutención y la supervivencia, que los atrapan, una sociedad que oprime sus corazones y que de ningún modo les da lo que reclaman, lo que por derecho les pertenece. Solo quieren salir pitando, hacer una maleta con lo primero que encuentren en el armario y fugarse, ser capaces de olvidar todo aquello que les ata a ese odioso presente para comenzar a pintar un nuevo y difuso futuro, uno completamente incierto. Pero es atractivo, eso de irse, eso de caminar hacia lugares desconocidos en busca de recónditas aventuras, llamarlas, hacerlas salir de cualquier parte, de allá donde hayan estado escondidas toda su vida. Viajar, perderse por un sinfín de ciudades y países, cambiar de aires, hacer cosas nuevas cada día, salir a la calle cuando una lluvia torrencial moje el pavimento nocturno de alguna hermosa urbe, ver cómo actúan las otras gentes del mundo, camuflarse entre ellas, salir difuminado en la fotografía en blanco y negro de algún fotógrafo que busque captar la espontaneidad, y que los inmortalice allí, en aquel lugar, mientras realizaba su sueño.

Creo que al final todos encontramos el camino, nazca donde nazca y termine donde termine, la cuestión es atreverse a dar el primer paso, poseer la fuerza y determinación necesarias para dar los siguientes cien, y luego dejarse llevar durante miles y miles de pasos más sin saber dónde terminará uno, pero teniendo el corazón tranquilo al saber que fue en busca de la liberación y lo consiguió, y de que arriesgo para luchar contra unas cadenas que, cuando eche la vista atrás, verá oxidadas desde hace mucho.

Quizá sean las ansias de aventuras, el inconformismo presente en muchos miembros de la sociedad actual, la rebelión, la necesidad de novedades y la negación ante los nubarrones grises que hacen retorcerse los días sobre uno mismo, si se descuida. Puede que sea lo que uno de ellos, todavía aprisionado, bautizó sobre confusas páginas como Hiperdecadencia en las generaciones actuales, algo muy presente, demasiado, y que quizá podría ser el término que los acuñara a todos ellos antes de que una voz surja y l(n)os libere.

Un viaje cualquiera, unos días para tomar aire, un respiro para sentir el frío en los pulmones, y para espabilar a los cuerpos cansados. Cada uno se lanzará a la carretera de un modo u otro, pero a todos nos llama, y todos nos iremos. Queda la cuestión de qué es más interesante, si el irse o el volver; regresar para ver cómo ha cambiado todo, estando ya sanados espiritualmente, con las ansias saciadas, y para decidir si nos volveremos a ir de nuevo, pero lo que es seguro es que nos encontraremos, por ahí, en cualquier esquina o cafetería, en cualquier camino polvoriento que atraviese las montañas; nos encontraremos por ahí, pululando por nuestro pequeño mundo.

Es una lucha que nos acontece a estas generaciones, una por la liberación interior y personal, harto ardua y complicada, pero cuando lo que nos sobran son los sueños y cuando estamos rodeados de hombros en los que apoyarnos y manos que se nos tienden para ayudarnos a subir el próximo peldaño, en verdad solo lo insignificante nos separa de las alturas. 

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