Nos cruzamos por primera vez una noche cualquiera, presos de las maravillas del azaroso destino. Unas cuantas cervezas, el frío de una noche inmensa y una avenida vacía tuvieron la culpa de que aquella velada fuera distinta a todas las demás.
Recuerdo su olor, el especial brillo de sus ojos ante una excitante conversación que parecía no tener fin, prolongándose durante las horas en que las estrellas poblaron el cielo. Nos recuerdo buscando un lugar abierto que nos acogiera y nos permitiera comprar cigarrillos, hasta localizar una gasolinera abierta 24h; y el breve paseo hasta ella, las ganas de nicotina y de lo que comportaría. Un viaje rápido, en parte realidad, en parte metáfora. Ni un solo coche acercándose, la ciudad vacía, callada, conteniéndose al igual que nosotros.
Nos recuerdo deteniéndonos en plena calle, sin riesgo a morir atropellados pero arriesgando mucho más al acercarnos uno al otro, furtivos, robándonos mutuamente un primer beso que por las circunstancias que lo envolvieron, fue único y muy difícil de olvidar. Su sabor, su tacto, las caricias de nuestros labios entrelazándose; en mi chaqueta una cajetilla de pitillos que había perdido por completo su razón de ser y había quedado totalmente olvidada.
Un beso, un mordisco que dejó una cicatriz cuyo resplandor desaparecería al día siguiente pero cuya huella permanecería. Porque era suya, era ella; eran esos besos los que me apartaban del abismo cuando mi cabeza asomaba demasiado, eran esos labios mi Prozac contra todo mal.
Recuerdo cómo quemamos el frío entre abrazos, sacudidas, frenesíes y jadeos. Recuerdo el tacto de su piel desnuda bajo las sabanas, cómo se me acercaba en sueños para obtener el calor de mi cuerpo, que bullía. Recuerdo cómo entraba la luz a través de la ventana entreabierta, revelando que sucedió realmente
Somos pasajeros, así estamos concebidos, pero eso no implica que no nos quitemos las penas con conversaciones, esas que son largas y tendidas, con cervezas, cigarrillos y miradas cómplices de por medio; esas que versan sobre cualquier tema y que por sí mismas se profundizan; esas que nos enganchan de un modo invisible. Ese coqueteo que realizan nuestras mentes antes de que el ansia sea insoportable.
Todo son recuerdos, lejanos, recientes; qué más da, lo importante es que en ocasiones los recuerdos son también realidades y que no bastan un par de noches en vela para olvidarlas, que no sirve el agua para limpiar las marcas que dejan en la piel. Y lo más importante: que pueden darse cuando sea, que podemos encontrarnos en cualquier momento, ya sea de noche o de día; porque cualquier día puedo ver de nuevo ese abrigo marrón claro y pensar que, tal vez, esa noche no sea tan oscura como las anteriores.
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