Esta ha sido una obra
muy comentada, y aun así parece que no le pesa el tiempo. La novela, publicada
en 1987, catapultó a su autor, el reconocido Haruki Murakami, a una
fama que a día de hoy no ha abandonado, sino que ha ido creciendo y manteniendo
su status. Es quizá su obra más conocida, más famosa, y si no la mejor, una de
las mejores sin duda.
Muchos sabrán ya cuál
es el personal estilo que caracteriza a Murakami, pues tal y como ya comentamos
en la reseña de su título más reciente, ‘Hombres sin Mujeres’,
su prosa goza de una belleza y sensibilidad, a la par que simpleza y
profundidad, por dispares que parezcan ambos términos, que le ha valido un
reconocimiento muy notable entre la crítica literaria y entre un público muy
amplio, lo que le convierte a la vez en un autor comercial y auténtico, algo
nada fácil de alcanzar. Es el ejemplo de que grandes ventas y buena literatura
pueden ir unidas de la mano. Constantemente se alaba su estilo, su prosa, así
como sus historias y su gracia para narrarlas, y ha sido considerado para el
Premio Nobel de Literatura en 2010, 2011, 2012, 2013, 2014 y 2015, y aunque por
el momento no haya logrado alzarse con el premio, son datos impresionantes.
Tokio Blues es una
historia de crecimiento, de aprendizaje, de nostálgica pérdida, de amor, y del
descubrimiento de la sexualidad y de las implicaciones que tiene en la vida. Y
éstos últimos términos se verán fuertemente marcados a lo largo de toda la
historia, un gran flashback que el protagonista, Toru Watanabe, recuerda años después al escuchar en un aeropuerto
la canción de los Beatles “Norwegian
Wood (This Bird Has Flown)”, que sirve de subtítulo a la novela. Hay una
frase que da un gran sentido a la trama, y es la imposibilidad de separar vida
y muerte, o al menos de tenerlos como conceptos opuestos, totalmente separados,
pues tal y como se dice en las líneas de Tokio Blues, ambas van unidas, no
existe una sin la otra, y sin la muerte, la vida carece de sentido. Es algo
inesquivable, imposible de considerar por separado, y es por ello que los
protagonistas, por duro que suene, viven sus vidas constantemente rodeados por
el sentimiento de la muerte, teniéndola bien presente. En el caso de esta
historia, se materializará a través del suicido que cometerán personajes muy
cercanos a los protagonistas, y cuyas consecuencias arraigarán profundamente en
las emociones de los mismos y los marcarán de por vida.
La narración es
sencilla, poética, y sin ser prosa poética, logra hacernos ver la poesía sutil
y hermosa que esconde Murakami detrás de cada línea, de cada frase y de cada
palabra. Encadena las letras de forma potente y lapidaria, de forma que
penetran en el lector y echan raíces en su alma sin que llegue a darse cuenta;
hasta que es demasiado tarde, y uno ya siente la historia como los propios
protagonistas.
El sexo, descrito de
forma realista y hermosa, pero sin entrar en detalles demasiado explícitos, huyendo
siempre de la visceralidad, de lo crudo y lo soez, será la metáfora que emplearán
los protagonistas para experimentar su crecimiento personal y vital, será el
acto físico que les ayudará a consolarse mutuamente, a barrer la tristeza que
los posee, o a hacer más llevadera una existencia gris marcada por la muerte,
empleando el amor y su representación física como un propulsor, como un
catalizador para elevarse y para trascender las barreras de la mortalidad.
Es todo melancolía y
nostalgia, pero no por ello no tienen cabeza la sutileza y la belleza de la
inocencia. El protagonista experimentará este crecimiento cimentándolo
principalmente en dos personajes, las dos mujeres sobre las que girarán su vida
y sus dudas existenciales; Naoko y Midori, opuestas y complementarias. Una le
aportara la delicadeza y la nostalgia ya nombradas, la profundidad, la compañía
frente al abatimiento producido por la pérdida –una que ambos comparten durante
años–, y la otra le mostrará la fuerza de la energía, la alegría y las ansias
de vivir, el alocamiento propio de la adolescencia y la diversión pura que solo
se entiende desde la simpleza, desde la inocencia, una que carece todavía del
dolor que aportan las experiencias de la vida venidas con la edad.
La novela no deja a
nadie indiferente, pues se hace llevadera, logra una gran inmersión por parte
del lector y golpea fuerte y con suavidad, algo que solo se entiende al leerla,
y cada lector podrá ver reflejadas en las líneas partes de sí mismo, pues aun
sin haber similitudes con los trágicos sucesos que nos son narrados, todos
hallarán las claves de la vida que, en menor o mayor medida, a todos nos son
mostradas con el tiempo; posee unos retazos de realidad que serán ineludibles,
y es por ello que la obra no pasa de moda; es más, cada día encuentro a más
gente que la ha leído recientemente, que habla de ella, o que actualmente la
tiene sobre la mesita de noche, esperando a retomar la lectura.