Es extraño esto de las
modas, da igual lo que duren, a qué vertiente hagan referencia, o sobre qué se
posen, pero el caso es muchas veces, esperándolas o no, nos sorprenden. Hace
nada leo en un artículo que a una película que, quizá no sea una obra maestra,
pero que se acerca a la obra de arte, se la mete en la categoría de cine viagra, un simple insulto vacío y
carente de significado y pruebas que sostengan el argumento –pruebas reales
claro, inventadas puede haber hasta la saciedad–. Pero bueno, de esto ya me he
quejado en otro lado –que se hará público la próxima semana–; a veces es
difícil contenerse.
A todo esto se suma
ahora una extraña moda; la de estar jodido. Sí, estar jodido, ya sea por el
trabajo, o por no encontrarlo, por perseguir a la tía/tío equivocado/a, o por
encontrar de repente un hueco interior que no es otra cosa que un vacío
existencial; esto en personas que nunca han tenido uno, ya fuera por madurez,
por edad, o por no pararse a pensar nunca en algo que distara más allá de su
campo de visión (o a dos palmos de sus narices). Es curioso y gracioso.
Bienvenidos al mundo, bienvenidos a la vida.
Puede que todos
nosotros seamos otra generación perdida, ahora posmoderna y en un mundo
superpoblado, de gente, competitividad, oferta y demanda. Y no es cuestión de
refunfuñar, de buscar respuestas en el fondo de la botella (ahí no hay nada,
salvo el culo de la botella, el culo del mundo), ni de realizar montajes
hollywoodienses en una mente que ve todo a través de un prima paranoico, uno
que le hace ver que todo ser viviente está en su contra y por ende que respira
por él/ella. Aquí cada uno respira por y para sí mismo, que no es poco.
Quien se dé de bruces
por primera vez con esa negrura interior solo encuentra algo que otros muchos
ya hemos paladeado y superado, y cuando vienen más se vuelven a superar, son
los baches de la existencia, simple y llanamente. A quienes no, a esos
afortunados, enhorabuena, solo espero que esas reflexiones no lleguen al final
y acaben como los protagonistas de La
Juventud.
La paciencia, e incluso
el pasotismo, el tomarse la vida con más calma y relajación, pueden ser armas
muy poderosas. Hay quien revienta a la mínima, hay quien lo hace cuando una
mísera gota colma un vaso enorme de mierda y salpica a todo dios. Yo creo que
cuanto menos lata el corazón por gilipolleces, más viviremos, porque las
hayamos padecido o no (espero que no, nadie), solo con pensar en desgracias
ajenas, problemas de verdad, uno se da cuenta de que los mayores problemas de
las vidas cotidianas de la gran mayoría son simplemente eso, estupideces.
Porque al final pesa
mucho más una sonrisa que una lágrima (a no ser que sea de felicidad; entonces
su valor y peso son infinitos), y es mucho más hermosa y trascendente, y simple
y perfecta. Dediquémonos a sonreír más y a poner menos caras de mala hostia, y
sobre todo, aquellos días en que no logramos encontrarle el sentido a la vida,
tan solo compartamos tal sentimiento con la persona que esté a nuestro lado,
porque si tampoco lo hace ya seremos dos, y así el veneno se diluye más
fácilmente, pero más que por eso, porque quizá pueda darnos esa palmadita en la
espalda, pueda dedicarnos esa sonrisa que nos empujará en la dirección
correcta, en la de la respuesta, y tal vez mañana sea uno mismo quien ayude a
un igual a hacer lo mismo.
En fin, que menos modas
negras, absurdas e insultantes, y más fijarse en la belleza que existe en la
cotidianidad –sí, hay más en lo espontaneo, lo extraordinario e incluso en lo
caótico, pero también en el día a día–, que aunque esté algo escondida, si uno
sabe mirar, la ve con claridad.
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