Encontré una carta
arrugada, muy maltratada, y leerla fue como asomarme a un mar tormentoso desde
un acantilado en una noche sin luna, sin saber dónde había amarrado la barca
que me llevó a ese lugar perdido.
No podía recordar si la
había escrito yo o era una ventana a la vida de otro, y en caso de haber salido
de mi pluma, no recordaba ni el dónde ni el cuándo, o si era una vieja
materialización de un sueño olvidado, pero al leer esas líneas todo se me
volvía difuso y confuso, el mundo se ponía del revés y nada tenía sentido. Tal
vez fuera por reconocer en cada palabra una minúscula parte de un yo que había sido aniquilado hacía
mucho, tanto por el tiempo como por las propias acciones.
“Desearía
abrazarte, besarte, estrujarte contra mi cuerpo para que me dieras calor, para
que hiciéramos arder el frío que nos rodea, pero sé que es difícil, quizá
imposible. Creo que ahora pertenecemos ya a mundos distintos, por mi culpa, mis
prisas y mi pronta bravura. Nos hemos evadido, nos hemos perdido del mundo,
enajenados, valientes, bellos en nuestros actos inocentes. Nos dejamos llevar
hace tiempo, y acabamos escondidos el uno del otro, destinos distintos,
alejados por el viento aun queriendo vestirnos cada uno con la piel del otro,
para abrigarnos, para animarnos a ser más de lo que fuimos. Podríamos controlar
el tiempo, para cambiarlo todo, a nosotros mismos, que somos los que erramos,
no nuestros corazones, que siempre fueron sinceros, que siempre fueron el final
veredicto.”
Tales líneas me
taladraban la cabeza como bombas nucleares desatando su energía en mi mente.
Suerte que el resto del texto era casi ilegible, y no traté de hacerlo, porque
no quería perecer en el intento de comprender algo que quizá todavía no –nunca–
había ocurrido.
Las emociones surgidas
de la lectura me remitieron automáticamente a unas líneas de Hesse “¿Son todo lo que me queda este sueño y esta
nostalgia, son el eco del antiguo amor o el presentimiento de otro amor
cercano, aún posible?”. Ya ni siquiera sabía si había posibles, si tal
palabra tenía todavía cierto significado cuando se imprimía en mi escabroso
camino.
Constantemente me
hablan todos de futuros, de caminos, de errores y pasiones, de oportunidades y
de un pasado que hiere como el primer día. Escucho y aconsejo desde mi infinita
estupidez, pero mil preguntas asaltan mi mente, mil y una que son formuladas a
estas personas para crear una reciprocidad que pueda conducirnos, a cada uno de
nosotros, a un lugar mejor del que provenimos. Y todas esas preguntas que lanzo
al aire no tratan de una sola persona, de un solo futuro, sino de todos ellos y
ellas a la vez, simultáneamente, y se esparcen y son llevadas por el viento,
solo esperando que alguna de ellas regrese con algo certero a lo que aferrarme.
No sé si alguien
comprenderá una maldita palabra de estas líneas, o si divagarán acerca del
contenido, imaginando otros significados, o si directamente darán en el clavo. ¿Cuál es el significado de la vida? Esta
es una de mis cuestiones favoritas, porque por mucho que la pregunte –y me la
pregunten– no logro/logramos hallar una respuesta certera, y quizá ahí radique
la mayor de las gracias divinas y naturales.
La indecisión nos
corroe a muchos de nosotros, aunque por suerte no siempre, y no sé si lo
correcto será arriesgar siempre, pero me pregunto, ¿Cuántas espinas más pueden ser clavadas en nuestros jóvenes y ya
cansados cuerpos? Dudo que haya un espacio infinito para tantas, por lo que
ya tenemos una respuesta, que no tiene porque traer siempre la mejor de las
consecuencias.
Podemos hablar de amor,
de lujuria, de sexo, de escritura, de líneas borradas por el tiempo, de las
encrucijadas de Hesse y de los caminos que se nos abren y se nos cierran,
podemos hablar de lo que quieras, mientras la música acompañe y el ambiente sea
cálido y amable, pero cuando llegue el frío, el verdadero frío, no nos quedará
otra que salir a la calle y buscarnos la vida, aquí o en cualquier lugar. Creo
que al final lo más importante es no perderse –involuntariamente– y en el caso
de hacerlo, saber regresar a tiempo. Y también que no se nos escape ese
corredor tan veloz que nos empuja a todos hacia el final, porque es amargo no
darse cuenta de las cosas cuando están sucediendo, potentes y emocionantes a
cada momento, y saber que cada vez que exhalas un suspiro puede que haya otra
persona dispuesta y preparada para acogerlo y convertirlo en un grito, en un
llanto de alegría, en una promesa irrompible.
Aunque haga un frío de
cojones y próximamente llegue un calor abrasante junto a vientos primaverales
que pretendan hacernos volar y estremecer, veremos erigirse enormes y luminosas
tormentas que podrán poner todo patas arriba, y quizá sea lo mejor, tal vez sea
lo que desearían muchos a los que conozco, pero es complicado prever la zona
exacta del impacto de un rayo, por mucho que deseemos iluminar cierto camino
obstruido por obstáculos, por muros de espinas tan duras como el acero, en
apariencia irrompibles.
Llegará un día en que
yo, y todos nosotros, nos cansaremos de esperar imposibles y de perseguirlos,
porque los trenes de alta velocidad pasan tan rápido que solo disponemos de un
único y vertiginoso salto para dar el acierto de nuestras vidas. Sí, llegará un
día en que nos detendremos a explorar cada minúsculo detalle de las
oportunidades diarias, y quizá y por suerte ya lo estemos haciendo, pero aun
así, por el momento, seguimos esperando una vibración sobre la mesita de noche
en pleno sueño, una alerta que nos saque de un timbrazo de un camino y nos
arroje a otro. Seguimos esperando esa señal, esa voz, esa frase que lo cambie
todo, esa conversación, ese paseo y ese primer polvo sideral.
Hace poco hablábamos de
modas jodidas; el ser estúpido también es una de ellas, así que aprovecha y si
sientes curiosidad da el timbrazo de una vez, avisa, despierta, llama y sacude,
atrévete. Esa frase de “házmelo saber y
acudiré” puede albergar muchos significados; que cada uno busque el suyo,
que se lo tatué y que lo lleve al cielo. Házmelo saber mientras todavía
respire, mientras todavía existan el tiempo y las posibilidades. Y hablemos y
hagamos el amor, con el cuerpo o las palabras, pero hablemos.
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