17 de febrero de 2016

Hablemos de lo que quieras, pero hablemos


Encontré una carta arrugada, muy maltratada, y leerla fue como asomarme a un mar tormentoso desde un acantilado en una noche sin luna, sin saber dónde había amarrado la barca que me llevó a ese lugar perdido.

No podía recordar si la había escrito yo o era una ventana a la vida de otro, y en caso de haber salido de mi pluma, no recordaba ni el dónde ni el cuándo, o si era una vieja materialización de un sueño olvidado, pero al leer esas líneas todo se me volvía difuso y confuso, el mundo se ponía del revés y nada tenía sentido. Tal vez fuera por reconocer en cada palabra una minúscula parte de un yo que había sido aniquilado hacía mucho, tanto por el tiempo como por las propias acciones.

“Desearía abrazarte, besarte, estrujarte contra mi cuerpo para que me dieras calor, para que hiciéramos arder el frío que nos rodea, pero sé que es difícil, quizá imposible. Creo que ahora pertenecemos ya a mundos distintos, por mi culpa, mis prisas y mi pronta bravura. Nos hemos evadido, nos hemos perdido del mundo, enajenados, valientes, bellos en nuestros actos inocentes. Nos dejamos llevar hace tiempo, y acabamos escondidos el uno del otro, destinos distintos, alejados por el viento aun queriendo vestirnos cada uno con la piel del otro, para abrigarnos, para animarnos a ser más de lo que fuimos. Podríamos controlar el tiempo, para cambiarlo todo, a nosotros mismos, que somos los que erramos, no nuestros corazones, que siempre fueron sinceros, que siempre fueron el final veredicto.”

Tales líneas me taladraban la cabeza como bombas nucleares desatando su energía en mi mente. Suerte que el resto del texto era casi ilegible, y no traté de hacerlo, porque no quería perecer en el intento de comprender algo que quizá todavía no –nunca– había ocurrido.

Las emociones surgidas de la lectura me remitieron automáticamente a unas líneas de Hesse “¿Son todo lo que me queda este sueño y esta nostalgia, son el eco del antiguo amor o el presentimiento de otro amor cercano, aún posible?”. Ya ni siquiera sabía si había posibles, si tal palabra tenía todavía cierto significado cuando se imprimía en mi escabroso camino.

Constantemente me hablan todos de futuros, de caminos, de errores y pasiones, de oportunidades y de un pasado que hiere como el primer día. Escucho y aconsejo desde mi infinita estupidez, pero mil preguntas asaltan mi mente, mil y una que son formuladas a estas personas para crear una reciprocidad que pueda conducirnos, a cada uno de nosotros, a un lugar mejor del que provenimos. Y todas esas preguntas que lanzo al aire no tratan de una sola persona, de un solo futuro, sino de todos ellos y ellas a la vez, simultáneamente, y se esparcen y son llevadas por el viento, solo esperando que alguna de ellas regrese con algo certero a lo que aferrarme.

No sé si alguien comprenderá una maldita palabra de estas líneas, o si divagarán acerca del contenido, imaginando otros significados, o si directamente darán en el clavo. ¿Cuál es el significado de la vida? Esta es una de mis cuestiones favoritas, porque por mucho que la pregunte –y me la pregunten– no logro/logramos hallar una respuesta certera, y quizá ahí radique la mayor de las gracias divinas y naturales.

La indecisión nos corroe a muchos de nosotros, aunque por suerte no siempre, y no sé si lo correcto será arriesgar siempre, pero me pregunto, ¿Cuántas espinas más pueden ser clavadas en nuestros jóvenes y ya cansados cuerpos? Dudo que haya un espacio infinito para tantas, por lo que ya tenemos una respuesta, que no tiene porque traer siempre la mejor de las consecuencias.

Podemos hablar de amor, de lujuria, de sexo, de escritura, de líneas borradas por el tiempo, de las encrucijadas de Hesse y de los caminos que se nos abren y se nos cierran, podemos hablar de lo que quieras, mientras la música acompañe y el ambiente sea cálido y amable, pero cuando llegue el frío, el verdadero frío, no nos quedará otra que salir a la calle y buscarnos la vida, aquí o en cualquier lugar. Creo que al final lo más importante es no perderse –involuntariamente– y en el caso de hacerlo, saber regresar a tiempo. Y también que no se nos escape ese corredor tan veloz que nos empuja a todos hacia el final, porque es amargo no darse cuenta de las cosas cuando están sucediendo, potentes y emocionantes a cada momento, y saber que cada vez que exhalas un suspiro puede que haya otra persona dispuesta y preparada para acogerlo y convertirlo en un grito, en un llanto de alegría, en una promesa irrompible.

Aunque haga un frío de cojones y próximamente llegue un calor abrasante junto a vientos primaverales que pretendan hacernos volar y estremecer, veremos erigirse enormes y luminosas tormentas que podrán poner todo patas arriba, y quizá sea lo mejor, tal vez sea lo que desearían muchos a los que conozco, pero es complicado prever la zona exacta del impacto de un rayo, por mucho que deseemos iluminar cierto camino obstruido por obstáculos, por muros de espinas tan duras como el acero, en apariencia irrompibles.

Llegará un día en que yo, y todos nosotros, nos cansaremos de esperar imposibles y de perseguirlos, porque los trenes de alta velocidad pasan tan rápido que solo disponemos de un único y vertiginoso salto para dar el acierto de nuestras vidas. Sí, llegará un día en que nos detendremos a explorar cada minúsculo detalle de las oportunidades diarias, y quizá y por suerte ya lo estemos haciendo, pero aun así, por el momento, seguimos esperando una vibración sobre la mesita de noche en pleno sueño, una alerta que nos saque de un timbrazo de un camino y nos arroje a otro. Seguimos esperando esa señal, esa voz, esa frase que lo cambie todo, esa conversación, ese paseo y ese primer polvo sideral.

Hace poco hablábamos de modas jodidas; el ser estúpido también es una de ellas, así que aprovecha y si sientes curiosidad da el timbrazo de una vez, avisa, despierta, llama y sacude, atrévete. Esa frase de “házmelo saber y acudiré” puede albergar muchos significados; que cada uno busque el suyo, que se lo tatué y que lo lleve al cielo. Házmelo saber mientras todavía respire, mientras todavía existan el tiempo y las posibilidades. Y hablemos y hagamos el amor, con el cuerpo o las palabras, pero hablemos. 

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