13 de agosto de 2016

Aquel primer verano; aquella noche
























Las garras de arena me envuelven, rodeándome el cuello, obligándome a luchar por respirar. La brisa de fuego no es capaz de salvarme, ni sanarme. Es la sensación del verano, de uno pesado que ya había pasado.

Oh sí, recuerdo aquel primer verano durante el que nos conocimos. Cómo olvidarlo.

Rememoro, cada vez que cierro los ojos, aquella ola de calor, unos fuegos artificiales quizá imaginarios, puede que interiores, una fotografía de la inmortalidad y unas miradas robadas, acusadoras. 

Sí, aquel verano; lo recuerdo como si fuera ayer y puede que lo fuera. Al fin y al cabo el tiempo es extraño. El tiempo, para mí, no es más que el infinito conteniendo horizontalmente un reloj de arena que almacena las aguas de todos los océanos, y en su ola más elevada, una botella. Tarea nuestra es descubrir qué alberga.

Entonces sí, sería probable que la ola que nos cautivó aquella noche estival rompiera justo ayer, en este u otro mundo. Señor, cómo me gustaría verla romper infinitas veces y bañarme a diario en su espuma; pero me temo que es imposible, nadie quiebra el cristal de ese reloj, nadie vuelve atrás en el tiempo ni se mantiene en él.

No mentiré, no sobre el papel. Que se joda el tiempo, lo único que ocurre es que te echo de menos, nada más, de ahí mis divagaciones. Solo quiero repetir esa noche una y mil veces más, perderme en ella, cada vez por un sendero distinto, ahondando en sus posibilidades. Nada, nada más me importa lo más mínimo. 

Sigo sintiendo esas garras de arena apretándome fuerte, y no me dejan ir; yo solo quiero huir, correr, volar. Solo quiero tus labios; dame uno, solo un beso más, y en ese caso dejaré que me estrangulen. 

Cuántas cartas quemadas en la hoguera, cuántos papeles arrugados, gritos ahogados y fragancias disueltas en los vientos del recuerdo.

Me mostraste el camino correcto, me enseñaste el nombre de cada estrella en esa noche que deseé que nunca acabara; me susurraste el secreto de la vida para marcharte después, supongo que para volver a brillar más que nunca. 

Llámame loco, joder, lo estoy. Llámame amante, joder, lo fui, efímero y vulnerable, inocente y soñador. Un amante de las noches ebrias, de los besos húmedos, robados a escondidas, de las estrellas fugaces como tú, de la tinta derramada sobre las páginas, pero no de las historias a medias; sí de los principios complicados si comportan finales mágicos. Amante de las suertes de la vida. 

Amante de la gran broma pesada que es el día a día, pero creo que ya ha durado demasiado, que termine, ven y acaba de contarme aquella historia, aunque ya sepa cómo termina. Aquel primer verano, ¿o fue aquella primera noche? Ya no estoy seguro; demasiadas cervezas o demasiadas páginas manchadas, que suele ser lo mismo.

Estas garras no pueden seguir sujetándome, no mientras le grito al mar y a las olas, desesperado, pidiendo, rogando que me devuelva aquella botella que nunca llega. Pronto me iré y me pondré de nuevo en marcha, porque cuanto antes dé la vuelta al mundo antes volveremos a cruzarnos en aquel verano, aquella noche. 

Volveré a escoger aquel trabajo, a tomar aquellas cervezas en la terraza de un antro una tarde cualquiera, gritaré de nuevo de alegría una noche en la playa. Volveré a emborracharme nadando desnudo en el mar, lo haré todo igual, pero vuelve a decirme entre susurros cómo me ves, qué vas a hacer. Yo volveré a disimular que puedo soportar el ansia y el deseo, aguantar un poco más, y después volveré a apoyarme en el capó de aquel coche, encerrándote con mis brazos, para robarte unos cuantos besos antes de que salga el sol, aquel que nunca quise volver a ver mientras permanecías a mi lado.

Ahora es ese sol el que me abrasa, dorando mi piel, y nunca se va. Tendré que ponerme en marcha, el mundo es muy grande cuando uno se siente cansado. Es una gran y corta historia, pero el camino para llegar hasta ella es igualmente longevo y azaroso, así que requiere esfuerzo y decisión. 

Doy el primer paso.  


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