11 de agosto de 2016

Oda al anhelo




Si  tuviera que temer a algo sería a su ausencia, porque ya no temo a la página en blanco, a la inmovilidad de mis dedos sobre las teclas, ya que ella consiguió aniquilar ese y todos los demás miedos que pudieran poseerme; salvo el de su pérdida. 

Ahora fluyen libres mis pensamientos al igual que lo hicieron nuestros movimientos, nuestros cómplices actos aquella noche que la memoria se empeña en arrastrar al olvido. Al menos, por ahora, todavía puedo recordar los detalles: la tremenda ola de calor estival que nos golpeó como un martillo cuando abandonamos la casa, después de una cena copiosa, cuatro risas y unas cervezas de más. Recuerdo con claridad el bullicio de la calle a aquellas horas, las idas y venidas de la gente, nuestras esperanzas y ansias; pero sobre todo sus andares despreocupados. Todavía puedo recordar su mirada de ojos oscuros indagando en el ambiente, clavándose en mí de vez en cuando, inocentes y llenos de misterios indescifrables que yo anhelaba descubrir. Su cabello corto color azabache ondeaba en la brisa de fuego y su fragancia, su particular aroma, llegaba hasta mis sentidos en forma de ilusión y nostalgia, como el perfume de lo efímero, de la desesperada fugacidad de aquello que se encuentra cuando nada se busca y nada se espera, salvo el amanecer de otro día como los demás, carente de sentido. 

Me pregunté después de conocerla si es posible añorar algo que jamás se ha tenido, porque yo lo sentía; es extraño, pero desde entonces sigo preguntándomelo cada día, cuando aún espero recibir noticias suyas de un momento a otro, cuando todavía espero verla aparecer tras la primera esquina, esbozando esa sonrisa que me embauca y llevándome de la mano a cualquier rincón de la ciudad que nos admita, para tener una de nuestras conversaciones y así poder escucharla hablar durante horas para cerciorarme de lo que ya aventuré en nuestras primeras charlas: que cuanto más la escuchaba hablar, con cada palabra que pintaban sus labios en el aire, más me gustaba y hechizaba. 

¿Cómo olvidar todo eso? Es imposible, y de no serlo sería una cuchillada a la vida misma, un crimen imperdonable; algo por lo que dejar de existir. No, uno no puede olvidar una de las pocas veces que, con la suerte de un azar favorable, logra volar como las aves, desprenderse de sus preocupaciones y sentir la vida como siempre tendría que haber sido.

No, no puedo obviar las fantasías ocultas en el agujero negro de sus ojos, ese que me atrajo y atrapó como un terrible vórtice de placeres prohibidos. Sería inmoral olvidar el tacto de sus manos sobre las mías, acariciándome suavemente y haciéndome vibrar con algo tan simple y puro. Y lo peor, o tal vez lo mejor, es que tampoco querría hacerlo, olvidar. 

Prefiero el anhelo, la agonía de la espera o la soledad, de las ilusiones resquebrajadas rasgándome el alma, antes que ceder ante un sencillo olvido. Prefiero sufrir, en este caso, con tal de mantener su imagen lo más vívida posible en las capas más fuertes de mi memoria, las únicas que podrían albergarla. Elijo ese anhelo capaz de destruirme más fácilmente que un incendio prendido directamente a las puertas de mi corazón. Daría todo cuanto tuve, tengo y tendré por besarla una sola vez más. Escogería una sola noche más con ella antes que la vida eterna. ¿No sería eso suficiente? ¿No podría dar todos los amaneceres que me quedan por verla una vez más, por escuchar su voz y el sonido de su risa? Yo mismo me arrancaría las entrañas por rozar sus labios rojos y sensuales una última vez. ¿Cómo, entonces, podría llegar a olvidarla estando dispuesto a entregarme de tal forma? Sería ridículo. 

Por el momento solo sé que los días transcurren pesados, con lento devenir y sin darme cuartel para cualquier acto que no consista en anhelar su presencia, respirarla en cada ráfaga de aire, verla en cada hermosa puesta de sol y beberla en cada trago de alcohol, almacenado en botellas sin etiqueta y cuyo fondo no alberga respuesta alguna para mi desasosiego. Qué hiriente esto del anhelo, de llenar páginas y páginas echándola de menos, escritas con palabras incompletas, faltas de la inspiración que surge al verla brillar.

Soñaba con ver las estrellas reflejadas en su piel desnuda, enseñándome el camino hacia la felicidad, y con pasar largas tardes juntos paseando por la playa, para finalmente abalanzarme sobre ella y hacerle el amor en la arena, con el sonido del oleaje como único testigo de nuestra pasión, de nuestras penas sanadas y nuestra soledad abrasada. 

Quisiera que estas palabras fueran mi última canción desesperada, para poder abrazarte cada vez que sintiera de nuevo el impulso de añorarte. Quisiera que estas letras fueran la última oda a la tristeza, a la desesperación, al anhelo y a la locura por no saber dónde andarás y por qué no hubo respuestas a las preguntas que se me escaparon con un grito ahogado cuando entendí lo que ocurría. Quisiera muchas cosas, pero las cambiaría todas por tu boca. Y solo en caso de que me lo pidieras escribiría; escribiría hasta que me sangraran los dedos, lo haría hasta morir, porque cuanta más tristeza plasmara en el papel más alegría albergaría mi corazón. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario