Es bien conocida la gran polémica que ha levantado en todo el mundo la esperada segunda temporada de True Detective, así que, hablemos de ello. Quise hacer esta
comparativa hace mucho, y quizá no lo he hecho hasta ahora porque todavía estaba
digiriendo esos novedosos ocho capítulos. Muchos han dicho que, al ser
dos temporadas completamente distintas, no puede haber comparativa. Cierto, no
comparten ni trama, ni personajes, ni localizaciones ni nada –ni tampoco
director ni director de fotografía–, solo el creativo y máximo responsable, Nic
Pizzolato, sobre quien recaía toda la presión a la hora de abordar esta segunda
temporada, y a la hora de tratar de superar una obra que él mismo –junto a
todos los integrantes del equipo artístico–técnico, claro está– logró llevar a
lo más alto. Pues bueno, para aquellos que se empeñan en que ambos productos,
porque al fin y al cabo son esto, no se pueden comparar, les digo que se
equivocan. En cuestión de calidad se pueden comparar, por ejemplo, series como Entourage y Breaking Bad, que absolutamente nada tienen que ver, porque es así,
hablamos de la calidad de un producto, de cuál es mejor que el otro a nivel global,
dejando a un lado las pequeñeces y las especificaciones de cualquier tipo. Pues
eso, que en contra de la voluntad de muchos, allá vamos.
Como venía diciendo al
principio, la oleada de rechazos que ha levantado esta temporada, sobretodo en
Estados Unidos, es algo que yo al menos no había visto nunca; o nunca había
seguido tan de cerca. Multitud de carteles pegados a las farolas en los que, en
resumidas cuentas, se planteaba la siguiente pregunta: ¿Qué coño está pasando
con esta temporada?, porque así era, nadie entendía nada. Personalmente debo
admitir que tenía ciertas expectativas, craso error, aunque me fue inevitable
exterminarlas, pero bueno, sabía que me enfrentaba a algo completamente nuevo,
y tenía la mente abierta y preparada para ello. Y aun así mi primera reacción
al ver por primera vez el opening fue, “¿Qué coño es esto?”, pues la canción
escogida para la pieza, a la que se le acaba cogiendo cierto gustillo, me
pareció una buena cagada. Una voz grave con cuatro ruidos de fondo y poco más.
Que sí, que la letra está muy bien y puede encajar y todo eso, pero no.
Visualmente me volvió a parecer espléndido, como el de la primera temporada,
aunque ese tema de The Handsome Family,
junto a las imágenes, creó algo único.
Entrando ya en los
capítulos… El primero de ellos me dejó una sensación un tanto extraña, pero en
líneas generales me gustó, y bastante. El segundo mantuvo mi expectación, y
cuando visioné el tercero me derrumbé, al igual que lo hizo la propia serie.
Todos conocen esas interminables series anime en las que suele haber rachas de
episodios de relleno, pero oye, no pasa nada, tendremos otros 500 capítulos por
delante, y si metemos 20 para amenizar una espera, pues tampoco es tan grave.
Pero al ver ese tercer capítulo y parecerme completamente de relleno, me fue
inevitable pensar que, contando con tan solo ocho episodios para contar una
historia, no puedes permitirte ni siquiera 20 minutos de relleno, pues se te va
el tiempo, y lentamente te vas atando la soga al cuello; cada minuto es oro. El
cuarto no estuvo mal; la serie logró levantarse brevemente –mención especial a
la última escena, la del tiroteo, que me pareció soberbia–. El realismo de las
interpretaciones y las reacciones de los personajes al verse inmersos en tal
barbarie fueron magnificas. A partir de ese punto, y en mi opinión, la serie
logró mantener el nivel –un nivel bajísimo en comparación con la anterior
temporada, le pese a quien le pese–, y comenzó a crecer en mi cabeza una idea
que empezó a gestarse ya en el tercer capítulo, y que en nada se alejó de la
realidad: la temporada era mala, bastante mala podríamos decir, pero pasaría
algo grande al final, algo que tal vez trataría de salvar el fiasco general que
representaba; y llegado el sexto capítulo me di cuenta de que muy probablemente
era entonces cuando ocurría el tardío milagro. Y ahí vinieron los dos últimos
capítulos, magistrales –recuerdo que viendo el último, de hora y media de
duración, pensé que se me iba a salir el corazón del pecho, y trataba de
remediarlo agarrándome con fuerza y sudor de los reposabrazos de mi silla de
escritorio–. Una despedida impresionante, un último capítulo que, de haber sido
una película de unas dos horas, añadiéndole un resumen de la trama dispersa e
insulsa de la que hizo gala la temporada, hubiera dado como resultado un
thriller de un altísimo nivel. Pero bueno, este milagro no logró, ni por asomo,
salvar la serie, pues era ya demasiado tarde, muy tarde, y ni aunque el
mismísimo Cohle hubiera aparecido chupando con fuerza de un pitillo, con una Lone Star en la mano, y soltando
soliloquios acerca de la psicoesfera y del eterno retorno, podría haber salvado
semejante patinazo. Y ojo, no digo que la serie sea una mierda, porque
perfectamente se le podría encasquetar una calificación de 7/10, que no está
nada mal; solo digo que es un palmazo respecto a su predecesora, que en caso de
darle un 7 a esta segunda debería llevarse un rotundo 10, y porque no existe
calificación más elevada.
En fin, creo que nadie
sabe qué diablos se le pasó a Nic por la cabeza, porque dejó bien claro que
sabe llevar una serie de semejante calibre, y ha demostrado sobradamente su talento
como escritor, pero se ve que en esta ocasión, a pesar de querer mantenerse tan
centrado como él mismo aseguró, se le fue la pinza. Y en cuanto a lo de
escribir, quien quiera más pruebas solo tiene que hacerse con un ejemplar de Galveston, la novela negra que parió y
dejó a la crítica sorprendida, y que hace gala de una narración, una atmósfera
y una historia –sin ser nada innovador– increíbles, con una trama sencilla y
apenas un par de personajes. Un noir
a la altura de los grandes, y quizá lo logró por esa sencillez que se pierde en
la segunda temporada, que se complica porque sí y hace que la cabeza te dé
vueltas y vueltas hasta quedar atontado y sin saber muy bien qué estás viendo.
A parte de esto, es
bien sabido que el hecho de que Nic tuviera roces por temas de ego con Fukunaga
y éste no volviera a dirigir los episodios, fue también algo que hizo menguar
la calidad de la serie, pero supongo que solo es uno de tantos factores. En
cuanto a fotografía, pese a no contar con el mismo director, el estilo es
bastante similar y mantiene un alto nivel; chapó a esa ambientación tan bien
lograda en muchas escenas, y lo trabajada que está en la atmósfera que se
respira en el bar de mala muerte en que Ray y Frank mantenían sus
conversaciones. Y ya que salen a la luz los personajes, debo decir que no
entiendo a muchos que echaban por tierra la interpretación de Farrel y
ensalzaban la de McAdams, cuando a mí me pareció que debería ser al revés, si
bien es cierto que Rachel, a medida que avanza la serie, crece y crece hasta
lograr un resultado muy bueno, aunque para mi gusto empezó desaliñada e
interpretando un papel que no me creía en absoluto. De Vince Vaughn creo que
todos opinan de modo similar, así que nos lo podemos ahorrar, y Kitsch
interpreta a un personaje tan abstraído y jodido psicológicamente que apenas
tiene ocasión de lucirse, lo cual se dijo también en su día de Ryan Gosling en Drive, pero vamos, éste último se marcó
el papel de su carrera en una película impresionante, y el otro… También hubo
mucha gente que despotricó sobre lo inverosímil del personaje de Rust Cohle y
los parrafazos que soltaba, por ser incoherentes e irreales. Sinceramente, si
el personaje está tan perturbado como nos lo muestran, y lo único que hace es
darle a la cerveza mala, leer libros de crímenes, quedarse encerrado y
obsesionarse con los casos, veo muy lógico que hable de ese modo y que haga
gala de ese pensamiento y esa filosofía. Y estos que se quejaban de esto,
alababan los diálogos “profundos” de la segunda temporada, cuando sí veo
totalmente inverosímil que un personaje muchísimo más plano y corriente como
Velcoro suelte una “filosofada” porque sí, lo cual chirría y te saca de la
historia; aunque personalmente me gustaba esa faceta de Ray, y soy uno de los
que la apoyan –al igual que la de Cohle.
Valientes aquellos que
han salido a defender esta segunda temporada, y aunque no cuenten con mi apoyo,
sí con mi total respeto. A los que la sitúan por encima de su predecesora, ni
siquiera cuentan con mi entendimiento, porque no es una mala serie –tomándola
por separado–, pero no hay color a ningún nivel, y para ello basta, además de
leer a la crítica, que ha dejado bien clara su postura, dirigirse por ejemplo a
sitios como FilmAffinity, en que ha obtenido, esta segunda, una nota por el
momento de 6’8 (nota de una serie mediocre) y en que la primera queda con un 8’5
(nota de una serie que ha hecho historia). Interpretaciones, personajes, guión,
narración, trama, historia… hagamos las divisiones que queramos, pero ninguna
de las partes de la segunda supera a las de la primera; ninguna. La sucesora
tiene partes muy buenas, sí, pero no al mismo nivel. Creo que, en vez de querer
optar por algo diferente, deberían haber seguido una misma línea, ofreciendo un
producto distinto como lo es, pero más similar, y no jugársela de ese modo.
Dejaron la trama de un asesino en serie, las decenas de influencias y
referencias literarias, la asfixiante sensación de que algo más que los hombres
actuaba en contra de los protagonistas, de que los detectives se enfrentaban a
algo que los superaba, algo que hasta parecía paranormal, y optaron por una
trama más policíaca con tintes políticos, algo que muchos tildaron como una
combinación fallida entre The Wire y House of Cards. Porque ni es como una
novela noir excelente, como la han
llamado, ni nada, porque esto no es literatura, es cinematografía.
En definitiva, no tengo
ni idea de cuál ha sido la audiencia de esta segunda temporada en su tierra
natal, ni me importa, pero sí es seguro que a Nic le apretarán las tuercas en
HBO para la próxima arremetida, que espero que la haya, y debo decir que sigo
creyendo en su talento y en que volverá a hacer grandes cosas, porque True Detective sigue siendo algo
diferente y especial.