Veo a miles de personas
recorriendo las calles; solo un motivo las empuja, uno que engloba cientos de
emociones, uno simple y a la vez complejo. Si las miro directamente, a cada una
de ellas, puedo sentir una pizca de aquello que las mueve e incendia por
dentro. Intento buscarte entre la muchedumbre, pero hay tantas caras moviéndose
al unísono que me resulta complicado, imposible. Puedo sentir los corazones de
todos latiendo al mismo tiempo, lo que me abruma y me eleva, empujándome a mí
también, hacia el fuego y el ruido, hacia el caos que representa el todo. Todos
esperarán a que las luces de colores abrasen el cielo nocturno un día tras
otro, a que creen decenas de posibilidades, como ya hicieron en días pasados.
Si uno se da un breve
paseo por las calles bañadas por el sol podrá respirar el anhelo de los habitantes,
algo casi palpable, que como todo, alberga más significado del que pueda
parecer. Todos aguardarán el momento; su momento. No cabe duda de que saldrán a
buscarlo, como yo mismo, y que cuando caiga la luna y cese el ruido, uno mayor
comenzará, taladrándonos a todos. Será un pulso, un magnetismo que nos
atrapará. La pregunta es si lo lograremos, si esta vez grabaremos a fuego un
recuerdo que se pasee a lo largo de los meses y logre llegar a la próxima meta.
Si no serán pesadillas, sino agradables nostalgias las que consigan verse
realizadas.
Escucho campanas antes
de que despunte el alba, siento las vibraciones del metro bajo el asfalto,
cuando voy camino a casa, sintiéndome pesado, cansado, y más vivo que nunca. Y
antes de que el sueño me repare, vuelve la imagen a mi cabeza, se eleva el
recuerdo. Escucho bombas en las alturas y me siento empapado en sudor, porque
nada podrá frenarnos, ni la sonrisa más hermosa ni la espina más dolorosa; nada
podrá detenernos antes de que nos adentremos una vez más en la jungla. Ha
pasado la calma que precedía a la tempestad, y aquí llega de nuevo. Pasan los
años, no hemos conseguido grandes cosas, pero sí pequeños logros que forman
enormes conglomerados; a la manera de los auténticos, somos vencedores, como
siempre lo habíamos sido. Puede que hayamos esperado demasiado, puede que no
creamos ya en los milagros, pero creemos en la vida, y ha llegado el momento de
que nos liberemos de nuevo, de que rujamos y escuchemos los aullidos y acudamos
a ellos, de que nos dejemos llevar por los colores que se nos impregnan en las
retinas.
Hemos aprendido que
solo existe una vida, que solo vivimos un nosotros conscientemente, y
únicamente queremos ver arder el cielo que nos encierra bajo su cúpula. Ya lo
vimos crujir una vez, y luego comenzamos a ascender hacia él para terminar el
trabajo, atravesando un longevo limbo, sintiendo que vivíamos decenas de sueños
paralelos como si fueran nuestra propia vida, y ahora se acerca el momento, la
última cumbre.
Sí, algún día lo
conseguiremos, y éste está más cerca que nunca. La escalera no es infinita,
como parecía al principio, solo cabe mirar hacia atrás para sentir el vértigo
producido por la increíble altura. Terminará la ascensión y podremos prenderlo
todo, sintiendo el ruido destrozando nuestros oídos, y seremos bañados por el
fuego que lo albergará todo. Cuando lo hayamos conseguido, volveremos a
respirar hondamente, como hacíamos hace mucho tiempo, cuando la simplicidad de
nuestra mente nos permitía ser totalmente libres; y volveremos a serlo.
Fotografía: Maranda Fotografía
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